El pequeño ascensor

El pequeño ascensor

Alicia

05/06/2019

Siempre había sentido una atracción fatal por saber a dónde llevaban esas puertas que resulta eran un ascensor, las chicas de la Biblioteca le habían comentado que solo iba a un depósito de libros, oscuro, lleno de cajas.

Cuándo preguntó si era la única manera de llegar a ese deposito, se miraron e intentaron cambiar de tema, y lo dejó correr.

En su fuero interno le extrañó el comportamiento de sus compañeras, por qué tanto secreto con ese depósito… y claro no podía dejar el asunto así como así, ¿era un secreto de logística que solo podían saber los del área editorial?

Quizá, pensó, que si se sabía que no había salida alguna salvo el ascensor de ese zulo ¿se podría meter este Organismo Público en un problema? Si, debía ser ese el motivo…

También que ambas trabajadoras de la Biblioteca eran de una empresa externa y parecían ratones asustados de que nada cambiara en sus condiciones laborales para que la vida pudiera seguir fluyendo…

Cuando iba a charlar un rato con ellas, la vista se le desviaba hacia esas puertas dobles grises con un solo botón en el costado, pero no había forma de sacar información al respecto. Ahí seguían las puertas inmóviles, nadie las miraba, como si no estuvieran, en un recoveco de una salita adjunta a la sala de estudio de la Biblioteca, que era de pequeño tamaño, sin querer molestar a nadie, para pasar desapercibidas

Un día manifestó abiertamente su deseo de bajar al depósito de libros en el ascensor, un día así como el que no quiere la cosa, mientras comía con Sandra el tapper de macarrones con queso y tomate frito casero, es decir hecho con tomates naturales de los de en rama, aceite de oliva virgen extra, donde pochamos una cebolla no muy grande cortada en juliana, echamos los tomates en trozos, pelados previamente, una vez esté dorada la cebolla, y añadimos un poco de azúcar, dejamos que reduzca el tomate y echamos sal y pimienta;

pues mientras comía con la chica más simpática de la Biblioteca, y eso era decir mucho, le intentó sonsacar con qué frecuencia y para qué bajaban al deposito de libros, en fin quería saber que había allí… se inventó la historia un poco loca de que iba a escribir un relato sobre un ascensor maldito o algo así… Sandra río quedamente, esa señora que siempre iba a pegar la hebra con ella y con la que se podía desahogar un poco sobre el trato que le propinaba la funcionaria encargada, estaba un poco loca pero era divertida y podía ser durante 10 minutos como era ella en realidad, sin tapujos, sin el corsé diario y constreñido que le imponía el miedo del contrato temporal.

Contestó que bajaban pocas veces, que todo estaba lleno de cajas y polvo, que era un sitio sin ventanas, que la única salida era el ascensor.

Miro de soslayo las puertas grises, le dio un poco de grima pensar en la claustrofobia que debía dar bajar allí pero al mismo tiempo deseaba hacerlo. La curiosidad mató al gato recordó.

Preguntó ¿y si deja de funcionar la luz o el ascensor?

Demasiadas preguntas, Sandra volvió a cerrarse en su concha particular, había dejado de comer, quitó y enrolló con mimo los manteles individuales, dando por finiquitada la conversación.

Creo que fue en ese momento cuando tomó una decisión.

Al marcharse a las 5 en punto de la tarde, depositaban un juego de llaves en el pequeño pasillo de la entrada de la Biblioteca, detrás de un cartelito que estaba en una libreria baja con revistas técnicas y libros de ediciones ya pasadas, de escaso valor, ignoraba porque no le daban las llaves a los de Seguridad como hacían todos los despachos, pero nunca quiso preguntar dado el hermetismo de las tres mujeres que trabajaban en ese pequeño santuario de libros y revistas.

Alguna vez las había visto, al salir de repente de su despacho para ir al servicio antes de salir del trabajo; su despacho era contiguo a la Sala de la Biblioteca y les separaba solo ese pasillo, disimulando habían dejado las llaves ahí, con lo cual empezó a fraguarse una idea en su mente aburrida de funcionaria, ¿y si cogía las llaves entraba y…?

Dicho y hecho, una tarde de enero estaba viendo llover, haciendo horas en una tarde tranquila, su compañero, ese que cobra productividad de tardes, hacía horas que se había marchado, y disimuló recoger con la puerta abierta mientra oía a Sandra cerrar la puerta y dirigirse al pasillo para dejar las llaves de la Biblioteca, rápidamente para no perder el autobús de empresa a Moncloa.

Adiós oyó…

¡Adiós Sandra hasta mañana! ya me voy enseguida…

Espero unos 10 minutos para comprobar que Sandra no volvía, cogió despacio las llaves y de los nervios se la cayeron las recogió y volvió al despacho en un estado de ansiedad creciente, no sabía que hacer en ese momento, le pareció que era una insensatez de las gordas pero ya no podía parar, y sin saber como estaba frente a la puerta de la sala de la Biblioteca, entró, cerro la puerta echando la llave por dentro y se dirigió rápidamente al ascensor, por fin allí estaban las puertas abiertas del ascensor gris.

Con un nerviosismo creciente pero con decisión se metió dentro y apretó el botón S ya que solamente había dos botones S y 1, se cerraron las puertas y empezó a traquetear despacio el ascensor, bajaba y su corazón empezó a latir con mucha fuerza, demasiada estaba teniendo una taquicardia y de las gordas.

Al llegar a su destino el ascensor se abrió y todo estaba oscuro pero antes de que se cerraran las puertas pudo ver un interruptor, lo pulso con fuerza pero no se encendió ninguna luz.

Petrificada, tanteo por la pared hasta apretar el botón que le permitiría salir de allí, abrir el ascensor, para su sorpresa ninguna puerta se abrió.

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