¿Dónde está Cristo?

¿Dónde está Cristo?

Roniel Castro

04/06/2019

¿Qué fue de aquel campesino que bajaba de la montaña con su alforja cargada de plátanos y tubérculos?

Dicen que desapareció en el camino una noche que regresaba a su casa con unos cuantos kilos de frijoles, arroz, una cuarta de manteca de chancho y la mitad de un atado de dulce.

La Hortensia, su esposa, a la que cariñosamente la llamaba “Tencha” lo esperaba con el café en el fogón y unas tortillas de maíz que ella misma palmeaba, mientras que María su hija de 8 años sentada bajo el quicio de la puerta lo esperaba con cuaderno en mano para mostrarle la tarea del día. María estudiaba en una escuelita pequeñita, a unos 5 km de su casa, en el pueblo de San Arnulfo de los remates, muy cerca del ingenio azucarero donde se cuenta que cada año un cristiano tenía que morir en accidente laboral –pues mire compadrito, por esta cruz que ve aquí que ahí se hizo pacto con el mismísimo diablo–

Cristo de María Soto era un hombre que trabajaba de sol a sol en sus pequeñas parcelas de tierra que le había dejado en herencia su difunto padre, había fallecido de falla renal tras trabajar para una transnacional que producía bananos, aquel trabajo más que una bendición para el pobre don Chepe –como le llamaban en el pueblo–, había resultado ser un calvario, primero batallaba exigiendo el respeto de sus derechos y que el patrón cumpliera con sus obligaciones, más tarde le tocó enfrentarse al dantesco monstruo del descarte humano cuando lo despidieron por su enfermedad.

Cristo pertenecía al comité de campesinos trabajadores (C.C.T.) ahí él ocupaba el cargo de presidente.

Un día que Cristo apaciguaba al sol con el manantial que fluía de su frente, un hombre regordete, de baja estatura, calvo y moreno con cara de guardia mal comido se acercó a él y lo amenazó señalándolo con su dedo coto, ejerciendo un movimiento pueril que, hacia juego con su voz chillona, pues el comité alzaba su deslenguada plegaria hasta los oídos casi sordos de Dios, gritando justicia para los hermanos campesinos que descaradamente les cercenaban sus derechos. Cristo no se dejó intimidar por aquel napoleónico ser, ni por los improperios que alzaban tras su espalda, siempre fue la voz de la razón, la voz del pueblo entre tantas marañas y discursos de absurdos.

Cristo condenaba fuertemente “la masacre en las bananeras” que se vivió entre el 5 y 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga, decía con voz de trueno. –hermanos míos, ya es costumbre y tradición que estas empresas parasitas mancillen nuestra dignidad, dejando si padres a nuestros hijos y sin esposos a las mujeres –

Estas palabras fueron proféticas y casi mágicas pues, fueron las ultimas que Cristo dijo a sus colegas, luego desapareció ese mismo día, unos dicen que Cristo vive, otros que ya murió y no volverá, otros abrazaron su legado y continuaron su lucha social, pero la mayoría se pregunta:

¿Dónde está Cristo?

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