Un gusano en el cerebro

Un gusano en el cerebro

enrique bollain

26/05/2019

Leí su historia clínica y entré en la habitación, que compartía con cinco enfermos. Era arquitecto, unos treinta años, pelo ralo y algo grasiento, la barba recortada debía llevar tiempo sin cuidar. De entrada, me pareció tranquilo. Pero al oírlo hablar, más que tranquilidad sonaba a lasitud, a desgana. La mirada vagaba sin fijeza. La piel tenía un tinte grisáceo, y observé un sudor casi imperceptible en su frente. Sí, estaba bien; no le dolía nada, no se asfixiaba, ningún problema, eran sus escuetas respuestas. Poco más pude extraer en el interrogatorio; sentí que le importunaba. Yo era un médico residente de primer año, sin experiencia, sin confianza en mis recursos y sin la determinación necesaria para indagar bajo su apatía.

Al cardiólogo responsable que estaba conmigo de guardia le resumí que se trataba de una cardiopatía descompensada, según constaba, pero yo no había visto nada preocupante. Al parecer le bastaron mis palabras. Pero según pasaban las horas, el rostro gris de aquel hombre con la frente perlada de minúsculas gotas de sudor, reaparecía ante mí con una silenciosa interrogación, sin ofrecerme pistas sobre qué hacer, si es que debía hacer algo. Intentaba aliviar el peso que se iba instalando en mi conciencia amparándome en la ausencia de iniciativa del cardiólogo experimentado; era él en definitiva el responsable último. Pero ahí estaba el semblante ceniciento del joven arquitecto que se negaba a abandonarme.

Estábamos cenando cuando me llamó el médico intensivista para saber algo más de la historia del enfermo. Lo habían trasladado con urgencia a la UVI, pero no respondió a las maniobras de reanimación, me dijo. Yo le vi ya con una sábana que le tapaba de los pies a la cabeza. El cardiólogo responsable echó un vistazo a la incidencia escrita, y zanjó el asunto diciendo que su muerte se había debido a una complicación durante la intubación. No recuerdo sus palabras exactas, pero vino a decirme que no indagase más, y que tenía que acostumbrarme a estas cosas.

El tiempo pasó, pero en vez de velarse en la distancia, aquellos momentos se han ido haciendo cada vez más nítidos y, además, desde hace ya años, mi mente ha ido definiendo y llenando de significado aquél suceso, que entonces fue para mí como una tormenta violenta, un retumbar de truenos en mi cabeza, y después el silencio. No se habló nunca más de aquél hombre.

Por qué hubo que intubarle, empecé a interrogarme con más años y más experiencia. Se intuba a un agonizante para salvarlo, pero, por qué llegó a la agonía. ¿Estaba tan mal cuando lo vi? ¿Era previsible su evolución fatal? ¿Se podría haber actuado antes? De qué había muerto en definitiva…insistentes preguntas sin respuesta; tan solo la sospecha y, poco a poco, progresando una certeza.

Hace ya tiempo que con insistencia me parece ver un epitafio en la tumba de aquel hombre joven que reza: “Estoy aquí porque no supiste ver que me estaba muriendo.” Y en letra más pequeña, pero bien grabado, también puedo leer: “Permaneceré para siempre como un gusano royendo en tu cerebro”.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS