Había una vez un hombre que vivía solo para trabajar, muy tarde descubrió una triste realidad, cada día se preparaba para ir a su trabajo como cuál novio para visitar a su novia, muy decoroso y con colonia barata salía muy contento de su casa, apurando el paso para alejarse rápido del objeto de su tristeza; en las horas donde no estaba trabajando este hombre se deprimía tanto que ahogaba su pena entre cigarrillos y agua de penca. Pensar en su trabajo lo elevaba a una altura grandiosa y volaba en un ensueño tan difícil de entrar.

Al llegar respiraba profundamente, absorbiendo todos los olores que despedía el área donde el laboraba, suspiraba y deleitaba sus ojos, no había otro lugar más hermoso se decía a sí mismo y también a sus compañeros de trabajo; no cambiaría este lugar por ningún otro en el mundo, para este humilde hombre !ese era su mundo!

Llegaba y se cambiaba poniéndose su braga y delantal, su gorro y tapa boca cuando le tocaba apalear la tierra formando montañas de tierra, aserrín, arena, trozos de madera y piedras.

Todos los días era igual, cargaba agua de un pozo que quedaba al fondo de aquella finca, ir en la camioneta de la empresa para hacer los mandados, un utiliti como le decían sus compañeros de trabajo, Pedro Salazar sabía hacer de todo un poco, y era él el empleado más antiguo, no había nada que le encomendará a hacer que el no lo hiciera, plomería, electricidad entre otras cosas; pero solo había algo que lo apasionaba de su trabajo, y era solo por aquello que el regresaba cada día.

Tocarlas, olerlas, sembrar aquellas plantas le alegraba la vida, no usaba guantes porque le parecía un insulto tocar las plantas con ellos, prefería sentir la tierra en sus manos, deslizar sus dedos por el tallo de las plantas, tantear la tierra y escarmenar para sacar cada piedrecita que estorbara en su crecimiento; la sensación que le producía era digna de pronunciar un : ! excelente, excelente! Era como un pintor con su acuarela, un panadero con la masa, sensaciones tan personales que quizá otro no entendería.

Amor, si era eso lo que sentía, cariño por seres vivos que no hablaban pero que con su esplendoroso olor o con su suave y delicada textura llenaban un gran vacío en Pedro.

Llegaba dos horas antes que los demás y se quedaba muchas veces horas extras, ya comenzaba a ser la envidia de algunos trabajadores, siendo el único que el jefe dejaba manejar su camioneta, y al único en darles llaves de aquel lugar, todo era de maravilla para este hombre más el no imaginaba lo que cambiaría su vida.

Un día el jefe pidió a varios trabajadores quedarse toda la noche para armar plantas ornamentales para un evento olímpico en el estadio de la ciudad, necesitaban colocar 3000 tulipanes 2000 rosas y 1300 palmeras enanas en macetas con piedrecitas blancas encima y no pudieron acabar aquella tarde, así que el jefe necesito colaboración para poder entregar el pedido al día siguiente, solo dos chicos aceptaron trabajar hasta las nueve de la noche y tres más hasta amanecer, así que el jefe el señor Octavio Aponte debía coordinar con los que no se quedaron para hacer las entregas del día siguiente, en fin así acordaron y se fajaron a trabajar toda la noche, como ya sabemos a Pedro no hubo que preguntarle si se quería quedar a trabajar, en el grupo de trabajo estaba un hombre muy delgado de bigotes anchos despeinados y mirada aguda e inquisidora llamado Manuel Avellan, siempre callado que sentía envidia por la confianza que le tenía el señor Octavio a Pedro, y en su mente navegaba la idea de tener el lugar de Pedro en el trabajo y aquella noche hizo realidad aquella absurda y maquiavélica idea. Al llegar al final de la jornada todos se fueron a su casa y alguien pregunto por Pedro, y desde el fondo respondió uno de los jóvenes que creía haberlo visto cargando agua del pozo, en medio del apuro y cargando las plantas a la camioneta el jefe se subió y salió a entregar el primer pedido, al llegar nuevamente a la finca pregunta por Pedro y Manuel responde:

– el se fue a su casa señor

– qué extraño que no me esperó .

– lo llevo?

Cuando Pedro abrió los ojos no estaba en su casa, estaba en su trabajo su sueño hecho realidad, y se acercó a la encargada de la finca y le preguntó por el señor Octavio y le pareció tan extraño que Elena no le respondiera y pensó que quizás estaría de mal humor y la dejo tranquila; siguió caminando y llegó al looker para buscar una piqueta para arreglar la alambrada que vio que estaba rota y le pareció extraño porque el la acababa de reparar hacia tres días, de pronto escucho la voz de su jefe y salió a darle los buenos días; y el señor Octavio respondió el saludo de Josefina pero el saludo de Pedro no; entonces pensó: ! Aquí pasa algo! Y cuando trato de seguir a su jefe para hablar con el escuchó cuando la concubina de Pedro dijo:

Él solo amaba su trabajo, yo nunca signifique nada para Pedro.

De pronto Pedro sintió una fuerza que lo jaló de golpe y se vió saliendo de su cuerpo, Manuel golpeaba su cabeza mientras yacía en el suelo, después lo arrastró y rompió la alambrada y lo enterró debajo de una mata de guama, echando muchas hojas encima para tapar la fosa, entonces fué cuando comprendió que nada valió la pena, había sido asesinado por la fuerza más malévola del planeta: la envidia, Pedro lloró, y sollozó solo por sus plantas, poco a poco fué desapareciendo el olor de la tierra y un viento del este fue soplando y alejando su alma llorona, y dicen que debajo de la guama se oye a un hombre llorar.

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