Se encontró en una isla, un lugar que no reconoció. Un paisaje tan perfecto, que sintió a la naturaleza en todo su esplendor. El verde centelleante de los árboles y sus hojas que se mecían al compás del viento, la arena era espesa y amarillenta, el azul nítido de las aguas, de la cual esta hermosa parcela de tierra era prisionera, esto se fundía con el cielo en el horizonte, como si de una postal ilustrada se tratara. Todo era un paraíso al alcance de la exploración.
En el medio de la isla de entre los árboles, se hizo presente una columna de humo, que ascendía, sintió que era una vileza calumniar así su precioso cielo, por lo que se encomendó a la búsqueda de tal causa.
Llegado al lugar, se encontró con un viejo indio, que con el humo hacía levantar vuelo a unos pájaros, otros corrían hacia distintos sectores del lugar. Entonces le preguntó porque atormentaba así a los pájaros, a lo que éste respondió, que “estas aves son únicas, de esta especie no hay en ninguna otra parte del mundo”. Una vez que se alzan hacia arriba deben aletear para siempre, hasta que su vigor y ganas de vivir se disipen, pues sus patas desaparecen para siempre. Si aterrizan nuevamente, quedan arrastrándose y mueren en cuestión de días.
Un ave cayó a centímetros de él, por lo que pudo ver como este pobre animal daba bocanadas de aire a un ritmo acelerado, mientras se arrastraba en un absurdo intento de unirse a sus hermanos que se hacían invisibles en el horizonte de las aguas azules.
Gustavo despierta de aquél trance onírico, que repercutiría en su cotidianidad. Esas imágenes lo mantenía bastante descuidado de su labor en una fundación, consagrada a la adopción de mascotas. En un movimiento torpe derribó la jaula en donde estaban los cachorros, por lo que recibió el reproche de sus compañeros, que lo sacó de ese sumido estado de trance; logró mantenerse lúcido hasta cumplir su jornada en la fundación.
De camino a su casa el recuerdo de aquél sueño volvió a la carga por él, sumido de nuevo en ese estado emocional, donde no existe más que su consciencia tratando de decodificar aquél sueño.
Doblando la esquina para llegar a su casa salía su vecino, un pequeño niño llamado Sebastián que todos los días le preguntaba si todos los cachorros habían conseguido familia. Gustavo pasó de largo, ni siquiera se había percatado de aquél niño y su pregunta, a la cual respondía siempre con un “claro que sí, incluso, faltaron cachorros para la multitud de personas que querían adoptarlos”, aunque esto no fuera verdad.
Con el tiempo justo para tomar una ducha, merendar y esperar a que llegara el autobús, para llegar a la escuela secundaria “N° 158 colegio nacional”, en la cual se desempeñaba como docente de filosofía.
Pero esto era toda una travesía, el autobús siempre se retrasaba, por lo que debía estar 40 minutos antes para llegar a tiempo, cuando llegaba siempre estaba cargado de pasajeros hasta el tope, el enorme bolso lleno burocracias típicas de un docente, hacía que se aplastara contra la pared, llegar a la institución y encontrarse con una mala administración directiva, avistar el aula y ver que los padres de los niños lo esperan para increparlo y recriminarle vaya uno a saber qué. Después de salir casi muerto de ello, no anhelaba más que descolgarse ese pesado bolso.
Todo esto lo afligía y lo hacía recriminarse porque eligió ser docente, con todas las inmensas responsabilidades que se cargan. Un docente debe ser un ilustre de la moral, una imagen a seguir, incluso un psicólogo, padre, y cuantos problemas surjan en el momento y debe ser capaz de acatar esas necesidades en un instante, a sabiendas que cualquier error que cometa, la sociedad lo juzgara de sobre manera. Pero esas ideas cesaban cuando ingresaba al aula y ver a esos chicos posados en sus sillas, a otros caminar o correr y algunos sentándose de inmediato, dejando de hacer la travesura que estaban llevando a cabo.
De acuerdo avanzaba la clase se percató, de que su alumna Evelin, tenía dificultad al caminar. Tomó cartas en el asunto y terminó por descubrir que era maltratada en su casa, como tantos otros de sus alumnos. Entonces se preparó anímicamente para enfrentar un nuevo caso de violencia domestica hacia los niños, cuando todavía se veía involucrado en dos casos similares pero del año pasado. Uno no se da cuenta, pero la institución termina por retirase lentamente de esa lucha.
Por la jornada ajetreada en la escuela, no tuvo tiempo de caer en la monomanía que su sueño le presentaba. De vuelta en su departamento, recostado en su cama, se dio cuenta que el pequeño Sebastián no lo esperó para preguntarle por los cachorros, prendió un cigarrillo y miró el techo fijamente, echándose de lleno a pensar en esa ave, que hundiendo el pico en la arena y agitando sus alas como si fueran remos para avanzar. Pero todo quedó en un pobre intento.
En su día a día se hizo consiente de que sus placeres ya no mitigaban tanto sus pesares, y estos le repercutían cada vez con más fuerza.
Un día se encontró dando clases, miró por la ventana y vio que se aproximaba el padre de Evelin para darle otro raund a estos problemas interminables. De pronto lo entendió, sentía tanta empatía con esa ave porque está atravesando por la misma desdicha. Sin pronunciar palabra, salió del aula e ignoró al padre de su alumna que en compañía de la rectora se dirigían a hablar con él. Se marchó a la plaza que está a un par de cuadras, se sentó mirando un árbol casi sin hojas, el causante era el frió otoño, vio caer una hoja marrón seca y arrugada. Pensó en el día siguiente, el siguiente y en otro día. En ese momento sintió rodar por su mejilla una que otra lágrima.
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