El trabajo dignifica. Ni que dudarlo.

Una tarde, por enésima vez, tomé el periódico en mis manos y encontré un aviso clasificado pidiendo un empleado administrativo para una empresa. Ese establecimiento estaba a menos de 150 metros de mi casa materna. Me di un baño, me arreglé con lo mejor que tenía y fui en busca de esa entrevista personal.

Soy Bachiller Perito Mercantil, manifesté. Al día siguiente, ya tenía trabajo.

Trabajé duro, aprendiendo primero a hacer mi labor y aunque no fui directo a un escritorio u oficina, aprender a preparar un pedido u orden de venta, me enseñó desde bien abajo a entender cómo funcionaba aquel negocio.

Hasta que un día me llamaron mis patrones y me sentaron frente a una Pc y me enseñaron como se debían facturar las órdenes o pedidos de mercadería que los clientes solicitaban vía teléfono, personalmente o a través de los viajantes que visitaban a dichos clientes.

Fue otra experiencia. Enriquecedora y que demandaba concentración, responsabilidad y conocimiento de lo que se hacía.

Al cabo de un tiempo me sabía de memoria los códigos de 9 cifras de muchísimos artículos, más de cinco mil artículos distintos componían la carpeta de facturación.

Horas y horas frente a la Pc, me abrieron otro panorama y me sentí feliz por aquella suerte de hallazgo.

Años después estaba de novio con quien hoy es mi esposa y decidimos casarnos. Para ese entonces ya tenía 26 años.

A la fiesta acudieron todos, mis patrones, sus hijos, mis compañeros de trabajo y obviamente familiares y amigos.

La llegada de nuestra primera hija supuso otro panorama, donde las exigencias eran un poco mayores y las responsabilidades muchas más.

Alquilábamos un departamento de un dormitorio, lindo pero pequeño, dado que ahora éramos tres. Mi esposa es profesional docente, trabajaba también en la docencia y si bien teníamos dos sueldos, también habían crecido nuestras obligaciones y gastos.

  • -Pediré un aumento; le confesé a mi esposa.

Y aquel día me fui a trabajar con la idea de quedarme frente a frente con mi patrón y plantearle mi necesidad, mi situación.

La mañana trascurrió normal, tomé mi horario de descanso para almorzar y seguir con mis tareas y luego de eso, fui en busca de lo que me había propuesto imaginando quizás otro desenlace.

Pedí hablar con Aníbal, pues así se llama el dueño de la empresa y nos sentamos un instante a hablar. Le manifesté cuáles eran mis urgencias y necesidades dada mi nueva situación a poco de haber sido papá. Realmente necesitaba de un aumento en mis haberes, que por aquel entonces eran a razón de 350 dólares mensuales aproximadamente.

La respuesta a todo mi planteo fue un rotundo NO.

Llevaba casi 5 años trabajando allí, sin siquiera pedir jamás un aumento o requerimiento alguno relacionado a mis haberes y esperaba sinceramente cualquier respuesta menos aquella fría expresión.

Volví a preguntar si la respuesta era definitiva. Allí obtuve un SI.

No soy de dudar en mis decisiones, mas bien soy lo que algunos llaman impulsivo.

Me retiré de su despacho, fui hasta el depósito donde mis compañeros de tareas preparaban los pedidos de mercaderías a despachar y pedí las llaves de una camioneta que la empresa tenía para esos fines.

Me fui masticando broncas hasta la oficina de un correo postal y pedí redactar un telegrama de renuncia. El empleado de correos me dijo que en menos de una hora estarían entregando el telegrama al destinatario.

Volví a mi trabajo, estacioné el vehículo, devolví las llaves y dirigiéndome a mi oficina retomé por un instante mi concentración, pues debía seguir facturando los miles y miles de pesos que la empresa vendía diariamente no solo en mi ciudad sino también en más de 100 localidades del interior provincial y 8 provincias argentinas.

Minutos después el timbre de la oficina administrativa sonó. Imaginé que era algún empleado del correo. Aníbal acudió a la puerta y recibió en sus propias manos el destino que yo había elegido. Abrió el telegrama a mis espaldas mientras yo seguía mi tarea y parándose a mi lado me preguntó:

  • -¿Qué es esto Rubén?
  • -Esa es mi respuesta a tu NO, a tu negativa.
  • -Puedes levantarte y retirarte entonces; exclamó.

En silencio me levanté, fui hacia la dependencia de servicios, me topé con el contador de la empresa y le pedí que me dejara servir un café. Él debe haber visto que yo estaba algo alterado y me preguntó que me pasaba. Le conté mismos argumentos que yo le había planteado a Aníbal.

Me escuchó pacientemente y al cabo de mis expresiones, el contador extrajo una tarjeta personal, anotó un nombre y una dirección y me dijo:

  • -Mañana puedes ir a ver a esta persona de parte mía. Después me cuentas.
  • -Gracias Carlos; atiné a decirle y me marché

Al día siguiente, en la entrevista laboral, presenté mi C.V. y luego de una charla formal con el propietario de la otra firma, conseguí mi nuevo trabajo, pero esta vez por mas del doble de lo que yo percibía hasta el día anterior. Corría el año 1991.

Durante años soñé muchas veces que volvía a mi primer trabajo. Algo no había logrado cerrar allí. Hice entrar a amigos míos a trabajar, algunos de los cuales todavía siguen con ese trabajo. Pero yo decidí salirme.

Cada tanto regreso a esa ciudad, de la cual me fui años después, pero también regreso a aquel barrio, porque está mi casa materna.

Una tarde, fui a una bombonería, compré dos cajas de bombones. Subí a mi auto y me dirigí a aquel mi primer trabajo después de veintitantos años. Toqué la puerta, un joven me atendió. Saludé y me dirigí a la administración. Aníbal no estaba, pero si estaba su esposa Norma, jefa de administración y estrechándonos en un abrazo le entregué los bombones que le había comprado para ella y para mis antiguos compañeros.

Desde aquella tarde, nunca más volví a soñar con aquel trabajo, ni con ellos.

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