Durante la dictadura tuve dos trabajos, el primero, legal, para sobrevivir y comer, el segundo, ilegal, para vivir y respirar. De lunes a viernes madrugaba, embalaba fruta y colocaba etiquetas; por las tardes y los fines de semana componía y escribía canciones. A veces, muy pocas, lograba tocar alguna de ellas para que fuesen escuchadas por quien prestara atención y entendiera.

Supongo que como mi historia habrá muchas, donde un trabajo se sustenta en el otro. Durante la dictadura muchos vivieron así, no sé si ahora con la democracia esto cambiará. Sin embargo, os escribo para contaros el final de nuestra historia, debido a su singularidad, por lo que seguramente quede un relato algo frío, por no llevar música ni ser una canción.

Pido disculpas.

Es la primera vez que escribo para un periódico. Pero lo importante es que se sepa.

Os invito, por otra parte, al concierto del próximo sábado en la capital, donde me expresaré mucho mejor, sin frialdad. Mucho más alegre con mi querida guitarra.

Continúo con lo de antes.

Sabíamos que nos vigilaban, nuestras canciones no eran queridas por la dictadura. Debido a ello todo lo que escribía lo arrojaba a la basura hecho pedacitos después de algún tiempo y de haber tenido cuidado, por lo que sólo quedaba en mi memoria la música y la letra.

Aun así, olvidaba.

Ahora sé que toqué en directo veintidós canciones.

Ahora os explicaré cómo logré averiguarlo.

Continúo.

Cuando cayó la dictadura, cuando la dictadora fue asesinada en aquel atentando sobre el puente más alto y largo del país, cuando ella cayó desde lo alto hasta el agua del río hecha pedazos de carne y metralla, cuando ella desapareció, todos los documentos secretos salieron a la luz. El nuevo gobierno democrático permitió que aquellos investigados por los servicios secretos pudiéramos consultar los archivos.

Debo deciros, antes de continuar, que yo había dejado de tocar. Cuando ella desapareció hacía más de cinco años que no componía nada. Había perdido la esperanza y pasaba los días e incluso muchos fines de semana con mi primer trabajo, el sustento. Ahorrando el dinero para un futuro que no parecía existir. Todo lo fui olvidando. No había guardado nada, no quería sufrir las represalias de la dictadura.

Sigo.

Cuando me enteré de que se podían consultar los archivos secretos fui enseguida. Anoté mi nombre y en diez minutos me entregaron una carpeta llena de documentos.

Mi sorpresa fue enorme cuando, después de datos e información poco interesante, encontré las letras de veintidós canciones que había logrado tocar en directo.

Las leí emocionado. Eran exactas, al volver a verlas recordé el ritmo, la música de la guitarra que acompañaba, todo. No me lo podía creer, después de tantos años desaparecido, volvía.

De vuelta a casa pensé en la persona que había dejado escrito con tanta exactitud lo que yo había compuesto, en lo que había trabajado con tanta entrega y esfuerzo después de pasar las mañanas en lo de la fruta y las etiquetas, asegurándome el dinero y la supervivencia. Pensé en el trabajo tan bien hecho del agente de los servicios secretos del Estado. Su nombre aparecía al final, pero no me decía nada.

Pronto conseguí organizar un concierto para volver a tocar mis veintidós canciones en libertad. Estuve durante meses ensayando. Gracias a las copias que pude llevarme de mi archivo personal las canciones volvieron a la vida.

Gracias a esa persona inexistente y trabajadora.

Escribo esto a dos días del concierto. Hoy es jueves y mañana se publicará en el periódico.

Pero antes de terminar os quiero contar un secreto.

Estoy pensando en dedicarle el concierto a esa persona, con nombres y dos apellidos, así como al trabajo que desempeñó con tanta exactitud y sigilo, con tanta perfección y cariño, con tanta entrega.

No sé todavía si hacerlo.

Ya veré estos días.

Os invito de nuevo al concierto para conocer las canciones de una época desparecida, también para descubrir el final de esta historia.

II

Pienso que quizás él o ella esté entre el público, quizás pueda ser reconocido por ser la única persona que sepa todas las canciones, quizás incluso tenga más letras escritas de las que consignó en los archivos secretos, quizás esté leyendo esto ahora mismo, quizás sea la única persona entre el público que entienda el título de la canción número veintitrés, la última que tocaré: Nuestros trabajos.

Quizás al bajar pueda preguntar por qué no me delató, por qué no hizo conmigo lo que ocurrió con tantos otros, muchos de ellos amigos, familia, amantes. Un día su puesto en la línea de embalaje o en otro lugar era sustituido por otro, un desconocido.

Le preguntaré al final, tomando algo por ahí en libertad, si tenía otro trabajo para sustentar el suyo de agente de los servicios secretos.

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