Más temprano que de costumbre sonó el despertador, no sé si por ansiedad o miedo a que algo me retrasara me aseguré para que sonara una hora antes de lo necesario. Mi primer día laboral, era un sueño hecho realidad. La ducha tibia alejó todo vestigio de cansancio y somnolencia. Me había costado conciliar el sueño, estaba nerviosa, aunque había dejado todo preparado, ropa, zapatos, cartera muy bien combinado, esa ansiedad me tenía en alerta. Un desayuno liviano, para que el estómago no me jugara una mala pasada y ya, estaba lista. Me miré en el espejo de la sala y me veía radiante. Aparecieron en mi mente todos los días que dediqué a conseguir ese puesto. No fue fácil, pero aposté todo para lograrlo y ahí estaba, a minutos de comenzar. Hace un año emigré de mi ciudad natal, las escasas posibilidades laborales, no me dejaron opción. En estos momentos, extrañaba a mis padres. Ese beso lleno de amor de todas las mañanas acompañado con un sermón que memoricé » Que te vaya bien hija, cuídate, llámame cuando llegues y cuando te vengas también. Te amo». Escuchaba la voz de mi madre diciéndome lo mismo en este momento. Ahora no faltaba nada. Salí a la calle sin ocultar mi alegría y sin mirar el reloj que marcaba las siete treinta horas de la mañana . Solo cinco cuadras me separan de la empresa, una de las ventajas maravillosas de mi nuevo trabajo, no tendré que lidiar con el tráfico. Frente a la entrada, me detuve, respiré profundo para calmar los nervios y entré a la recepción. Había estado tantas veces ahí, creo que me eligieron por insistente, día tras día me presenté hasta conseguir la entrevista con la encargada. El joven recepcionista registró mi nombre, como parte del protocolo y me indicó que subiera al séptimo piso, el área de personal. Era tan emocionante estar ahí, me reía sola. Me entrevisté con Nieves, quién llenó mi ficha y me llevó a mi oficina. Agradecí su bienvenida. Me senté en el sillón del escritorio, lo ajusté, guarde mi cartera y no alcancé a observar todo el lugar cuando golpean la puerta y entra una joven que se presenta y me informa que será mi secretaria y que me esperan en la sala de reuniones. Repetí su nombre, que me causo gracia » Disculpa Frescura, donde queda esa sala? Y me responde «no se preocupe, yo la acompaño». Estaban todos los altos ejecutivos presentes, esperándome. El presidente de la compañía, se pone de pie y me da la bienvenida. Me presenta a todos, y hace mención de los grandes avances que alcanzará la empresa bajo mi mando. Agradezco el gesto. Se abre la puerta e ingresan mozos muy bien uniformados que cargaban bandejas con deliciosos pastelillos, mini hamgurguesas y copas con el más exquisito espumante. No lo podía creer todas estas atenciones para mi. Don Felipe Cero, el ex Gerente General, me saluda y me dice «espero te guste la oficina, la dejé impecable ¡Bienvenida chiquilla! «. Ya me dolía la quijada tanto mantener la sonrisa, pero en mi interior estaba dichosa. Hicimos un brindis por mi primer día laboral y me pidieron que hablara.
En ese momento escucho insistente el ring de un teléfono. Di un salto que me dejó pegada en el techo. «¡Santo Dios!¡No puede ser! ¡No sentí la alarma! . Alo, mamá, después hablamos. ¡Me quedé dormida! » No supe cómo me vestí, tenía exactos siete minutos para recorrer las cinco cuadras hasta la empresa. De mi peinado y maquillaje, ni hablar, mientras corría me puse algo de labial. Quite la mancha de pasta de diente que descubrí en la blusa y entré. » Hola Carmen, justo a la hora» , me saluda con impaciencia la gerente de personal. Yo no podía hablar de lo agotada que estaba, e hice un gesto con la mano. Sentía el corazón palpitando desenfrenado del susto de no llegar a tiempo. Me indicó donde estaba la agenda y todos los anexos. Respiré profundo intentando recuperar el aliento y me instalé en la recepción. Así comenzó mi primer día, contestando una llamada «Bajo Cero Congelados, Buenos día».
Y mi sueño, algún día será realidad.
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