Cada mañana llegaba con su sonrisa puesta, envuelta en aquel aroma a jabón y flores que quedaron para siempre grabados en mi memoria más profunda y duradera.
Alicia no era una maestra cualquiera, era Mi Maestra.
Me acompañó en los primeros e inseguros pasos académicos e infantiles, esos en los que los docentes poseen el poder suficiente como para atraparte en el mundo de la curiosidad y la inquietud para siempre, o para dejarte caer en el más mortal de los aburrimientos, condenándote a arrastrar el aprendizaje como una pesada carga.
Ella era magia pura. Imposible calcular su edad, anacrónica, alegre, vital… Entre juegos, desafíos, retos y trucos, mantenía nuestra atención alerta y aprendimos mucho más de lo que se esperaba de nosotros. Pero no solo nos enseñaba materias obligadas, Alicia nos enseñó a amar, jugar, reír, compartir, empatizar, respetar. Muchos años después he comprendido que, cuando todavía se trataba de la gran desconocida, mi maestra nos enseñó a desarrollar nuestra inteligencia emocional.
Los que tuvimos la suerte de ser sus alumnos, salíamos a la vida con una base fuerte sobre la que edificar nuestros sueños, con la seguridad de poder conseguirlos, la alegría de formar parte de un mundo imperfecto pero lleno de posibilidades y belleza y con cierta nostalgia de días escolares inundados del aroma y la luz de Alicia.
Mi sueño se cumplió, quise ser maestra intentando emular a la mía. Mi reto es llevar cada día un poco de magia a las clases y sentirme feliz compartiendo conocimientos, transmitiendo el legado que a mí me dejó ella. Y en algunos momentos difíciles, en los que parece que los que son ahora niños andan confundiendo valores, respeto, confianza y amor, en esos días grises en los que creo haber agotado mis recursos, la sonrisa de mi particular hada aparece reflejada en la ventana o dibujada en la pizarra y encuentro en mi bolsillo o en el cajón, un nuevo truco para redimir mi derrota y enganchar a las mentes que se me dispersan por el aula.
Gracias Alicia, sé que habrás sentado cátedra donde quiera que ahora habite tu alma, ha sido un privilegio haberte disfrutado y continuar aquí, pisando tierra humildemente, con tu inestimable labor.
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