El pobre hombre mayor de cuarenta años debe levantarse temprano pone su despertador la noche anterior exactamente a las cinco y cuarenta de la madrugada aun en curso para empezar de esta forma su pesada y rutinaria jornada laboral, con la mirada ardiendo, la garganta reseca de tanto roncar y los huesos tronandole por los duros golpes de la vida se dispone a quitarse las sabanas de encima y acallando la alarma de su celular suelta un suspiro desalentador mientras se pone las sandalias para dirigirse al excusado y darse un buen baño helado para reavivarse.

Comienza por ponerse la camisa blanca mientras apresuradamente se lava los dientes pues siente que el reloj se le viene encima y no podrá llegar a tiempo para checar su hora de entrada, estrepitosamente se abrocha los pantalones, se ajusta el cinturón de correa corrediza y se faja de manera delicada y correcta, lustra sus zapatos desgastados con grasa negra de bolear, toma la cartera, sus llaves y silenciosamente para no despertar a sus retoños se despide de su esposa dándole un beso en la frente mientras ella aun duerme.

Y allí va el hombre trabajador caminando en la aun silenciosa madrugada pues la hermosa cruz dorada que carga cada día en sus hombros se vuelve mas pesada con los años y debe ser fuerte para seguir llevando el sustento a casa, sabe que tal vez si hubiese tomado los consejos de su difunto padre hubiese llegado a ser algo mas que un simple mesero de restaurante pero hoy pensar y lamentarse por eso no le sirve de nada.

Así pues perdido en sus pensamientos llega a su lugar de martirio pero a la vez de trabajo decentemente bien pagado, con el paso del día debe aguantar clientes molestos,políticos prepotentes, ancianas fastidiosas he incluso una que otra vez debe tragarse un buen recordatorio del día de las madres, sabe que no puede decir nada pues a pesar de todo su trabajo le demanda siempre mostrar una sonrisa mientras carga la pesada charola en la mano derecha llevando los platos a las mesas de los comensales iracundos, constantemente toma ordenes, corre de allá para acá, y al termino de la jornada cuando el reloj marca las dos de la tarde el hombre ya se siente casado y maltrecho, le duele la cabeza y los callos de los pies le piden a gritos quitarse los zapatos.

Vuelve a casa arrastrando los talones, con la camisa manchada por algún resto de comida y con los ojos mas cerrados que abiertos mientras el sudor cae sobre sus mejillas coloradas, el trabajo del pobre hombre es duro pero muy en sus adentros no le importa desgastarse y morir entre sillas y mesas pues su mayor recompensa es sentirse satisfecho al ver a su familia unida y sonriendo.

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