Otro día, la misma mierda

Otro día, la misma mierda

Atravieso toda la oficina, avisto la mesa de trabajo y dejo todo lo que llevo encima. He llegado con 10 minutos de antelación; pero parece que alguien ha llegado antes que yo. Hay una nota en el escritorio que pone:

—Roberto, en cuanto estés aquí tráeme un café, envíame los presupuestos que te pedí y los archivos de cuentas que te dije que hicieras el fin de semana.

Claro que sí Don Juan, le voy a traer el mejor café que ha probado en su vida y si quiere hasta le hago un masaje especial con finalización happy. No aguanto más, se va a enterar. Cruzo la oficina, me adentro en la sala donde se encuentra la cafetera, cojo el peor vaso de todos, lo limpio por dentro con un papel que está tirado en el suelo, voy hasta el baño, lo remojo un poco con agua bendita del inodoro, lo aliño con el elixir dorado de la casa, mi orina, y vuelvo a la cafetera, echo el café y regreso a la mesa. Ingreso en el despacho de Juan, se sirve el café y espero.

—Llegas un poco justo, pero por lo menos traes el café. ¿Has acabado con el trabajo que te mande para el finde? —Pregunta después de tomar un largo trago al café.

Se inicia la risada más grande que jamás he vivido. JAS se mezclan JES y JOS, me falta aire de tanta risa. Una satisfacción invade por completo mi cuerpo y entonces surge la siguiente pregunta:

—¿Roberto, qué te pasa, porqué te ríes, tan gracioso es que te despidan?—Pregunta nuevamente después seguir dando varios tragos al café.

No hay forma de tomarse en serio esa formulación, sigo riendo hasta dolerme, las mejillas no me aguantan más y ya se oye el alboroto fuera del despacho. Los primeros curiosos han llegado, qué empiece el espectáculo.

—Sabes Juan, no he hecho nada, no he escrito ni una sola palabra ni tengo la jodida intención de hacerlo. El viernes estuve todo el día en la oficina independiente de que tuviera clase o hubiera quedado con mis amigos, entré a las 9 de la mañana y por tu puta culpa salí a las 10 de la noche, me hiciste quedarme más de 12 horas, más de 12 horas. ¿Comprendes mis palabras, pedazo de vago degenerado?

—¿Quién te has creído para hablar así a tu jefe? ¡Estás despedido!

—JAJAJA, despedido, yo despedido. No te enteras pringado, yo me voy. Compréndelo, ya sé que para ti debe ser difícil, si ya te cuesta unir más de dos palabras para hacer una oración con lógica como vas a entender la situación. ¡Dimito!

Y se me olvidaba, hoy el café lleva varios ingredientes especiales, ¿no lo has notado en el sabor?

—¿Qué le has echado al Café! —Exclama con miedo, le tiembla la voz.

—Te dejo imaginar un poco, solo te diré que no me he lavado las manos después de mear. Aunque claro eso tampoco te a decir mucho, tu tampoco lo haces como el 40 % de los españoles. Espero que lo disfrutes. —Le guiño un ojo, me acerco a la puerta y la abro. Antes de poder atravesar la puerta, él sale corriendo con las manos tapándose la boca.

—¡Disfruta, qué es un buen digestivo! Bear Grylls lo recomiendo en casos de deshidratación extrema. ¡Hoy no te mueres chaval!

Salgo por la puerta y toda la oficina contempla la escena. De sopetón empiezan los aplausos, un grupo de 20 personas formadas por secretarias, oficinistas y becarios han escuchado todo el discurso que he soltado. Vaya, vaya no me esperaba esto…

Bajo a la calle por las escaleras, soy libre por fin, soy libre. Cojo la bici y me dispongo a ir a casa. Se había acabado aquel desastre, iba a recobrar mi dignidad y después a tomarme unas merecidas vacaciones. Todo era perfecto, excepto por el hecho que ahora no gano dinero para pagar el piso… Así pues podría ser peor, tengo ahorros para aguantar un tiempo y sino los papas siempre me acogen.

El viernes voy a celebrarlo como si no hubiera mañana.

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