«Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros»

– J. P. Sartre.

La noche anterior

León tenía sueño. Ya eran las once y aún no terminaba la presentación. Sonó el teléfono. Era Dardo, su jefe.

-Hola Pocho… ¿Cómo está?

“A punto de ir a dormir…”, pensó León para sus adentros. A Dardo le gustaba llamarlo “Pocho”, le parecía más apropiado para él. Dardo cenaba con Máximo, CEO de Oceanic, en un lujoso hotel. Diagramaban la estrategia para el día siguiente.

-Terminando…

-Estuvimos hablando con Max y queremos hacerle algunos cambios a la presentación… no sé si… ¿podría?

Dardo solía decir con forma de pregunta lo que en verdad era una orden. Si su subordinado accedía, él actuaba como si hubiera sido iniciativa de aquél. Pero si se negaba a hacer lo que necesitaba, lo apuntaba en su “lista negra” y en pocos meses, de repente, cambiaba las tareas de su puesto por otras más aburridas, enviaba a la persona a realizar largos viajes, mudaba su escritorio al subsuelo, le asignaba un proyecto imposible o… lo que se le ocurriese (y era especialmente creativo para ello). Dardo clasificaba a las personas en dos grupos: los aliados y los obstáculos. Así que nadie se atrevía a negarse a sus peticiones. Él atribuía esta infalibilidad a sus insignes “skills interpersonales” y a sus recientes cursos de coaching.

-Sí…

-Bueno, genial, ¡aún hay tiempo!

Había, en efecto, la junta era a las nueve de la mañana. No para el sueño de León, claro. Pero eso a Dardo no le importaba demasiado y menos en esas circunstancias: tal y como estaban los guarismos de Oceanic, era muy probable que el holding estuviera evaluando la posibilidad de liquidarla.

-Sí, sí.

-Bueno, estábamos pensando… nos falta el EBITDA por línea de negocios. Max desea mostrar a los directores cómo ha venido optimizando ese ratio.

-De acuerdo.

-Y, Pocho, me dice Max que el formato que está usando no le hace sentirse cómodo, agrande el tipo de letra, agregue más gráficas… esto va a presentarlo él mismo, debe estar a la altura.

León rechinó los dientes, pero no emitió sonido. Intentó calmarse. Recordó la anécdota de Abelardo, el Jefe de Impuestos que una vez enfrentó a Dardo, cansado de sus solicitudes excesivas. Según los rumores que había oído, le habría dicho “yo no soy tu vasallo” delante de todos en su sector, a lo cual Dardo habría replicado amablemente: “claro que no, puede renunciar cuando guste Abel”, dándole una palmadita en la espalda. Luego, había agregado: “solo va a dejar de obedecerme a mí para obedecer a alguien más, y posiblemente peor”. Luego de este evento, Abelardo comenzó a cometer “graves errores” a causa de sus “constantes distracciones” hasta que Máximo aceptó desvincularlo. A Dardo, en el fondo, le agradaba un poco de conflicto, le hacía sentir vital.

-Y por favor observe todo bien, que no haya errores. ¡Esto lo va a ver Lexington!

-Sí, sí.

-Es a las 9… ¡no se vaya a quedar dormido!

-Por supuesto que no.

-Es broma Pocho… ahora ¡manos a la obra!

León suspiró mientras su notebook volvía del modo sueño. Terminó de realizar los cambios a las cuatro, guardó el archivo e hizo una copia de seguridad. Luego de un baño, se dispuso a dormir un rato. Por la ventana del hotel, observó la ciudad dormida, imaginando otras vidas posibles.

El almuerzo posterior

Al terminar la reunión decidieron almorzar. Máximo se sentía satisfecho, se había acordado que el holding le daría seis meses más para enderezar el rumbo de la empresa y realizaría un pequeño aporte de 30 millones de dólares. También se había resuelto reducir la nómina unas 50 personas y los gastos fijos un 15%. Esto último fue una concesión que Máximo decidió hacer en pos de lograr aquel plazo. También se acordó la desvinculación de David, el Gerente de productos, ya que, según expuso, las fallas de calidad habían sido la principal razón de la baja en ventas. Tal idea se le había ocurrido en el momento.

Dardo estaba nervioso a causa de esta noticia porque perdía a un poderoso aliado político dentro de la organización, quedando ahora en una posición más endeble. Mientras ordenaban, razonó que aún era posible revertir la decisión.

-¿Fallas en el producto Max? ¿Qué fue eso…?

-¡De nada! Acabo de salvar Oceanic, ¿te parece poco?

-¡David es nuestro mejor Ingeniero!

-No me sermonees Dardo. ¿No escuchaste? No iban a invertir ni un dólar más hasta que no hubiera un repunte y los bancos ya no nos prestan… ¡Necesitábamos tiempo!

-En dos años se jubilaba…

Máximo comió un pedazo de pan.

-Dardo… la situación era crítica, habían encendido una hoguera, alguien tenía que ser sacrificado para calmar a la junta. No olvides que adquirir Oceanic fue idea del propio Lexington… estos números hieren su orgullo.

A regañadientes, Dardo envió el mensaje de texto a Recursos Humanos. Se había extralimitado. Sabía que para Máximo el fin justificaba los medios. No solo lo creía, lo era, se había convertido en la idea. La tesis habitaba en sus ojeras, en su voz, en su estómago y en la energía densa que irradiaba. Y es que años de hábitos utilitaristas transforman a un nivel biológico: neuronal, fisiológico, endocrino.

León se preguntaba cómo había llegado allí, a un territorio que le era tan ajeno. No deseaba ser un Dardo, ni un Max, ni siquiera un Lexington. Solo quería llegar a casa.

Ensimismado, había ordenado el menú del día, pasta con camarones, algo que no podía ingerir porque era alérgico a los mariscos. Pensó que estaba en aprietos: no quería que Dardo lo regañase frente a Máximo. Intentó decir que no tenía apetito, pero sentía su lengua adormecida. Buscó, pero no podía encontrar su voluntad. Se sintió como un barco de papel en medio de una correntada. No quedaba nada por hacer, tomó el cubierto y comió un bocado. Mientras su garganta se hinchaba, comprendió con visceral profundidad que, efectivamente, nos convertimos en aquello que hacemos.

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