Mi jefa era de esas brujas de cuento que tienen su olla al lado y la mueven con un gran cucharon de madera donde tiran ojos de lechuza, patas de escorpión, alas de cucaracha y cuanta porquería se le ocurra al amable lector… Ella era alta, chillona, cuadriculada y odiaba toda inteligencia que se opusiera a su pequeño reinado, a su fáunica miseria, uno a uno los echaba a su olla herviente de grillos crujientes, ella se reía sola, juajajaja, mientras hacía aquelarre con sus amigas, las siempre adulonas y satélites de sus más crueles tinglados, para luego desmenuzar al desgraciado incauto que se le cruce en su camino de absoluto poder, toda llena de ritos, le gustaba quedarse con objetos de su rival, hay quienes dicen que era para cocinarlo en su marmita, otros dicen que hacía “curaciones”, para doblegar al rival, quitarle su energía y tener más poder, pero hay quienes visitaron su casa en secreto para hallar su cuarto diabólico donde planeaba las mesadas, conjuros y hechizos, sin embargo nada se pudo encontrar, ella era invencible subyugaba a sus jefes inmediatos con triquiñuelas bien entrenadas y hacía de las vidas de sus subordinados el verdadero infierno.
La primera vez que la vi me barrió con su mirada, minimizó mi talento y desacredito mis buenas intenciones al punto de la humillación, sinceramente no entendía tanta escasez mental, tanto enanismo intelectual, tanto argumento barato. Fue en ése instante que acosado por sus más tristes bajezas, decidí irme, presente mi renuncia irrevocable y dándole la mano pasé a retirarme. En ése momento ella me alcanza un regalo de despedida, ¡Dios!, hasta ése detalle parece que ya lo había planificado con antelación, lo recibí fingiendo sorpresa y gratitud, mientras lo trataba de guardar en el bolsillo de mi saco… Ella chilló: no, no, señor Enrique, por favor, vea su regalo…, por supuesto, no faltaba más, le dije, entonces a dos manos hice añicos el papel y me quedo en las manos una calavera realmente fea…, es un amuleto me dijo, lo compre porque se parece a usted, es enjuto y repelente como sus propuestas, como sus ideas de insurrecto anacrónico, siempre pensé que pasaría sin pena ni gloria por mi oficina, qué carajo pensaba, que podría conmigo, que se subiría a mi cabeza para luego darme un buen golpe, hacerme a un lado, todo porque articula un par de ideas simplonas, cree tener la verdad, ahí está pues, lo jodí, le metí el dedo, fuera de mi vista, perdedor. Y me tiró sobre la camisa una tinta fucsia, hechizo de muerte tal vez, ponzoñosas patrañas, solamente la miré con desprecio, cogí mis cosas y me fui.
Por la noche me llamó Taty, solidarizándose con mi persona, hablamos cerca de dos horas, luego nos encontramos en la taberna del cabezón Walter y decidimos darle un buen susto. No sé, fingir un atraco a mano armada y tener el gusto de gobernar sus miedos y que sienta un poco de nuestra venganza, no sé…
No lo planeamos, así salen mejor las cosas, como en Crimen y Castigo, Taty tocó la puerta de su casa, un rancho retirado en la Molina, al rato apareció la jefa quien era solterona y vivía con su cuy de mascota al cual no paraba de cargarlo y decirle Puchito, al ver a Taty por la ventana abrió la puerta, acto seguido entré empujándolas todo camuflado de negro, apuntándolas con una vieja beretta de 1960, las dos gritaron como locas y a Taty la encerré en el baño y a la jefa la llevé al cuarto principal, ella me suplicaba: no me mates, no me mates, me dijo llorosa, y dijo algo más: tengo dinero, mucho dinero mientras abrazaba a Puchito, inmediatamente le ordené con señas que me lo dé, debajo de su cama había una caja o especie de maleta antigua, era todo de cuero, muy grande y repujado, soltó al cuy abrió la maleta y sacó varias cosas, entre ellas había un atado de dólares y otro de soles, sin perder tiempo los puso en una bolsa y me los aventó cerca a la pierna, estaba realmente asustada y bañada en sudor, pálida, completamente despeinada y por fin vulnerable a toda venganza, a toda muerte, mientras me agaché a recoger la bolsa, justo vi cuando ella disparó el primer tiro de un arma camuflada entre sus manos, la bala me cruzo de par en par por debajo de la clavícula y me arrojó fuera de la habitación, solté mi arma cayendo de espaldas para luego ver aterrorizado cómo mi jefa se encaramaba rápidamente retomando su postura de poder, yo sabía que me remataría antes de quitarme la máscara, así que me arrastré todo lo que pude soportando el dolor hacia el baño, justo cuando Taty se arrojó sobre mí he impidió que me matará, la jefa ordenó que se apartará, quería darme el tiro de gracia, fue ahí donde se dio clara cuenta de todo, con gran convicción dispararía a Taty en el pecho, matándola en forma inmediata de un tiro y luego con el pulso firme se dirigiría hacia mí para realizar un tercer disparo y acabar conmigo.
Finalmente no se sorprendería al reconocer mi rostro y le dijo a los agentes policíacos que acribillo a tiros a dos desleales empleados de trabajo que quisieron robarle en medio de una tranquila noche.
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