Todavía sonaba en mi cerebro el repiqueteo de las pulsaciones sobre aquella máquina de escribir underwood que hoy en día pertenece al grupo de antigüedades entre coleccionistas.
Sin apenas darnos cuenta, el tiempo de cada uno pasa inexorable quedando al final solamente recuerdos.
Algunos disfrutamos volviendo a los lugares, situaciones o cosas guardadas en nuestras mentes, aquellas que pensamos nos pueden hacer tornar a los pequeños ratos de felicidad vividos. Pienso, los más jóvenes tendrán su vista puesta en lo que les deparará el porvenir.
Así, el verano pasado tuve la ilusión de volver a mis raíces, contemplar la casa que me vio nacer, pues a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor (creo que esta frase la empleaba Calderón), tocar el pomo dorado de la puerta del portal, aquel que como de costumbre, relucía su intenso dorado, a pesar, de los tibios rayos de sol. El mirador y balcones donde tantos ratos pasé, permanecían intactos con sus barandillas en negro labrado. Aunque la capa de niebla era baja y espesa, los nuevos inquilinos tenían sus balcones repletos de flores, solamente eché en falta el griterío de los niños en la calle, seguramente permanecían ocultos con los móviles entre sus manos.
Dos puertas más allá, estaba mi antigua oficina, era un lugar muy amplio, pero cuando me acerqué, aquellos viejos ventanales habían cambiado considerablemente, aparecían iluminados por todas partes con un aspecto limpio y muy elegante. En lugar de botellas y bidones de aceite, colgaban de sus escaparates materiales y aparatos para toda clase de deportes.
PARA MEJORAR EL ASPECTO FÍSICO
ROPAJE PARA PRACTICAR AIKIDO
DOS DE LOS ESCAPARATES REPLETOS DE BOTAS
UTENSILIOS PARA PRACTICAR ALPINISMO
ARTES MARCIALES, BOXEO, ESGRIMA, ARQUERÍA, BALONCESTO, BICICLETAS Y UN ETC.
¡Qué barbaridad! – No pude por menos de exclamar. – ¡qué cambio tan espectacular había experimentado todo!
Estaba indecisa, no me atrevía a traspasar el umbral, pero mi sangre ardía de la cabeza a los pies y me pedía hacerlo.
En ese momento por mi mente pasaron las palabras de mi querido aita (Padre) diciéndome: Me ha dicho el Señor Aréizaga que si podías bajar por las mañanas a trabajar en la oficina. Entonces era bastante joven, recién acabado el bachillerato e iba por las tardes a una academia para hacer secretariado. Debo confesar que aunque ya no era una niña, mis pensamientos eran demasiado infantiles y todavía no se me había pasado por la mente, el giro que debía dar a mi vida. Más las palabras de mi aita, me enaltecieron y sin titubear le dije: Bueno, puedo trabajar por las mañanas. Esta decisión fue sin duda muy importante para el resto de mi caminar.
Por fin me adentré y me presenté a la Sra. del mostrador.
– Soy Carmen Bartolomé – trabajé aquí durante doce años, claro cuando estaba el otro negocio, pero lo veo todo ¡tan cambiado! Se trataba de Miren la mujer de José Luis, el hijo de mi jefe. Llamó a su marido, quien con un cariño que nunca olvidaré, me abrazó efusivamente y me acompañó a dar una vuelta por los almacenes.
Me dijo: Te voy a llevar justo al sitio en que estaba colocado tu escritorio, junto con la famosa underwood. ¡Cuántas facturas, letras de cambio, cartas a clientes y bancos tecleaste con aquella gran máquina! Agradecí en mi interior sus agradables comentarios.
Miré a mi alrededor, aquellas paredes de un blanco sucio que recordaba, se habían convertido en unos muros de un maravilloso azul, como el cielo los días soleados y los techos muy altos con bombillas de luz resplandeciente, iluminando todos los modelos de zapatillas del mercado.
En la mesa de su despacho estaba depositado un ordenador último modelo con su impresora, lo mismo que en la caja registradora.
José Luis, no había querido continuar con el negocio de su padre, su mentalidad había cambiado, la modernidad se había instalado en el intelecto de los jóvenes.
No obstante, me sentí bien al tocar el cristal de sus escaparates y pisar con mis tacones aquellos suelos resplandecientes. También recordé los momentos de felicidad de cuando interrumpía mi ardua tarea del tecleo, observaba desde mis viejas vidrieras el taconeo de los peatones, la luz del sol filtrándose o las gotas de lluvia salpicando sus cristales.
En un momento pasaron delante de mí, todas las vivencias vividas bajo aquellas paredes. En seguida conseguí averiguar que a pesar de todo fui feliz. Excepto, pensé, los días que venían a hacernos la inspección. Un Land-rover aparcaba junto a la puerta y el señor Carrancho con un parche cubriendo su ojo izquierdo, saltaba del mismo con sus botas negras y, como si se tratara del führer, se dirigía a los depósitos para comprobar su acidez, etc.. Después se sentaba en la mesa de despacho y, en alta voz me decía: Carmen, va usted a escribir cuanto yo le dicte. Su voz era tan dura como sus modales.. Mi nerviosismo era tan grande que aún recordaba mis manos temblorosas redactando aquellos informes. Después, te dejaba la copia y se iba con su marcha marcial, igual como había entrado. Cuando desaparecía, mi cuerpo empezaba a sedarse como si se tratase del efecto de una pastilla de valium. Por fin todo había pasado.
En ese momento y haciendo mi balance, mi vida en aquella oficina había sido positivo,poseía juventud, no tenía con quien competir, puesto que era la única secretaria del negocio, mi jefe me trataba con la máxima cordialidad y respeto, alabando siempre mi forma de trabajar.
Al despedirme, al observar aquel gran cambio, pensé que todos habíamos evolucionado, que tantas horas invertidas en mi underwood se habían esfumado junto con la protagonista y nuevos negocios y generaciones irían cambiando el mundo del trabajo.
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