No hay dios que valga cuando la gente está cansada. No hablo de estar sin ganas después de correr una maratón o de la resaca que acontece como efecto de una buena borrachera. Me estoy refiriendo al cansancio producto de los años transcurridos. De cuando te das cuenta que sos una bolsa de huesos y no hay mucho más para hacer.

Toda esta introducción la hago porque en la oficina hay tres personas que se están jubilando y el tema está en la palestra. Lo hablamos a la hora de comer, cuando salimos a fumar y también lo hablamos en silencio. Porque lo que le pasa a otro también nos pasa a todos.

A la primera que le avisaron fue a Lidia. Era la antigua secretaria de Don Roque. Dicen que fue su amante durante años y por eso duró en el puesto. Bastó que su hijo agarre la gerencia para darse cuenta que era una total inútil. Inútil en el sentido bíblico de la palabra. Santamente inútil. Simplemente no sabía hacer nada. Había nacido en cuna de oro y la criaron así…inútil. Nunca la encontrabas sentada en el escritorio. Iba y venía con café, con remitos o con chismes de lo más sabrosos. Era una loca de los horóscopos. Eternamente con una sonrisa entre los labios. Era el cascabel de la oficina.

El otro que se jubilaba era el gordo Chicho; a este le avisaron hace poco. El tipo entró hace treinta y cinco años como cadete y se fue como jefe de personal. Todo un tipazo. Lo quiere todo el mundo y sus amigos más íntimos le tienen miedo sobre lo que le pueda pasar cuando deje de venir. No sabe hacer otra cosa. La oficina es su pecera y fuera de ella es posible que no sepa respirar. Casi como un jugador de fútbol que no se resigna a colgar los botines. Cuando se enojaba era bravo recuerdo que una vez grito en el pasillo: “El hecho de que la medusa haya logrado sobrevivir seiscientos cincuenta millones de años a pesar de no tener cerebro le da esperanzas a muchas personas”. Esa frase la usamos como subtitulo en la tarjeta de invitación.

El que también se va es el pelado Mercader. Le pidieron la jubilación anticipada y no pudo decir que no. Parece que con la guita se va a poner un kiosko. Era el único que tenía ganas de mandarnos a todos a la mierda. No aguantaba más venir a llenar planillas que no las lee nadie.

Pensamos hacer una fiesta pero queríamos darle una vuelta de tuerca con respecto a las ya gastadas despedidas de jubilados. No se iba a tratar solo de un homenaje a los que se iban sino una bienvenida a los recién llegados. A Lidia la remplazó una piba recién recibida de contadora pública, al gordo uno de estos todo terreno que hablan cuatro idiomas y a Mercader lo suplantó el progreso. Esas planillas que hacía ya no se hacen más.

Antes de sentarnos para morfar a cada uno le dieron una lapicera bañada en plata. No entiendo porque se siguen haciendo ese tipo de regalos. Hace cincuenta años que ya nadie escribe con lapicera y siguen regalando lo mismo.

Después de unas copas, comenzaron a contar anécdotas de los años transcurridos y Yogurt Velazquez se acordó de cuando miramos el mundial de África en la oficina. Los ruidos de las vuvucelas eran imposibles. Salvo el sordo Jimenez nadie quería seguir trabajando. Al tipo no le importaba un pito el fútbol y tenía que entregar al otro día un balance a la Cooperativa Eléctrica. Unos hinchapelotas de aquellos. El tema es que cuando Argentina perdió el partido el loco Petrone le pegó con tanta furia al televisor que se cortó la luz y con la luz se apagaron todas las computadoras. Toda la información guardada del balance se perdió. El tipo había trabajado cuatro días y quería matar a alguien. La historia la contaba de forma fantástica y siempre le cambiaba el final. Eso era genial porque ya la habíamos escuchado millones de veces y siempre terminaba de forma distinta. En algunas ocasiones terminábamos todos en cana y en otras Lidia acababa por poner un poco de cordura ante la febril situación. Esta vez la segunda versión era la que iba. Lidia se merecía culminar como una heroína.

La cosa venía bien hasta que comenzó el campeonato de Yenga. Podés creer que en la final quedaron ellas dos. Lidia contra la pibita nueva. Había un silencio que se cortaba con cuchillo. La vieja contra la nueva. La que se va contra la que llega. La sin razón contra la representante del conocimiento.

Se apagó la música y las contrincantes aparecieron en el medio de la pista; casi como en una película de cowboy. Por su puesto que la hinchada mayoritaria estaba a favor de la compañera de toda la vida y no dejaban de hacer cánticos tratando de poner nerviosos a los nuevos. Pero como siempre, las víctimas son dignas de lástima, y a la novel contadora había un par que la secundaban.

Los dedos de Lidia parecían especiales para la ocasión. Vírgenes de toda virginidad movía las piezas como una experta. A eso la contadora le agregaba las matemáticas. Se notaba que hacía cálculos y eso la estaba llevando a ganar la partida. Lidia se puso nerviosa y a punto de llorar gritó: tablas. La contadora ni se inmuto. Esto no era ajedrez. Era un juego en donde tenía que haber una ganadora y ella vino por la corona.

El pelado Mercader puso la música al palo y el carnaval carioca decidió el destino del Yenga. Una resolución Salomónica. Ni vencedoras, ni vencidas.

Al otro lunes en el escritorio vació de Lidia apareció misteriosamente escrita una frase: “La vejez es un mal postre luego de una buena comida”. Ninguno se hizo cargo de ese expediente.

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