La vida de Juan transcurría tranquila y monótona donde todos los días eran como el día anterior, su vida era como un mar infinito donde las olas no existían. Su casa estaba en una vieja estación de tren situada a las afueras de un pequeño pueblo de montaña. Eran tantos los trenes que había visto pasar que podría escribir mil libros. La de historias que habían escuchado sus recios raíles…las bellas aventuras de amor efímeras y eternas, las despedidas y las bienvenidas de los seres queridos eran una mezcolanza de lagrimas y risas, eran sombras del pasado que aún parecían resonar en cada ricón de la estación. Si uno cerraba los ojos parecía que estuvieran aún ahí dando vida a ese inhospito silencio. Pero todo acabo cuando se agotó la mina, la gente empezo a emigrar a las ciudades en busca de prosperidad. Juan había oído tantas historias a su abuelo, el jefe de estación durante la segunda guerra mundial, que es como si las hubiera escuchado y vivido él. Recordaba a su abuelo en la sala de control dirigiendo magistralmente los trenes, recordaba que parecía un director de orquesta de la concentración que veía en sus ojos. También recordaba como su abuelo le decía que de pequeño su mayor sueño era haber sido maquinista, pero la estación se hubiera quedado vacía porque era un trabajo que se heredaba. En vez de cumplir su sueño de viajar por todo el país y conocer los lugares que solo había visto en los libros, tuvo que acabar sus días controlando la seguridad de los trenes. Sin embargo para Juan esa herencia era una bendición. En este sueño solo había un inconveniente, que se había quedado en una vía muerta. La estación había quedado de la noche a la mañana desierta. Juan apenas había sido 10 años jefe de estación desde que sus abuelos murieron en aquel trágico accidente…
El día el que el último tren llego a la estación será algo que no olvidaría nunca. Era de noche, el tren se acercaba con su peculiar sonido, la niebla era tan densa que no se podía ver a dos palmos de la nariz. Pese al frio salió de su despacho contento, con su gorra en la cabeza, el silbato y el banderín. Se puso hacer las usuales indicaciones al maquinista, se acerco a la cabina siempre sonriente y le pregunto al maquinista que tal se encontraba.
El maquinista apenado le dijo:
– Lo siento compañero te traigo malas noticias- y le entregó un sobre de la jefatura del ferrocarril con gesto de pesadumbre.
Juan incrédulo pese a su corta edad pensó que algo catastrófico iba a pasar, miro a al anden y vio que no bajaba nadie. Abrió ansioso el sobre y leyó expectante:
“A la atención del jefe de estación de la estación de la linea 2 del Norte:
Estimado empleado, siento comunicarle que viendo el continuo descenso de la afluencia de pasajeros en su trayecto, y viendo que no nos compensa el llevar más trenes a su estación. Queda clausurada el tramo de su estación. Sin embargo gracias a los servicios prestados por su familia durante generaciones, hemos decidido en junta que le dejamos la estación y la casa vitaliciamente para que pueda hacer uso y disfrute de la misma.
Atentamente director general del ferrocarril Norte”.
Juan no daba crédito a lo que sus ojos estaban leyendo y le cayó encima como si fuera una sentencia de muerte. El maquinista algo debía saber que le hizo una palmadita en la espalda en un gesto solidaridario. Juan se despidió con un gesto funesto como si nunca jamás hubiera sonreído. Se metió la carta lapidaria en lo mas profundo del bolsillo como intentando enterrarlo y camino sin vacilar hasta la cabina de la estación. Nada más atravesar el umbral deposito todos sus objeto de jefe de estación cómo quien deja lo más frágil y sagrado del mundo. Unos objetos que a su vez representaban las vidas de todos los varones de su familia. Acto seguido se desplomó en el asiento cómo un peso muerto, que es así como se sentía realmente. Estuvo vagabundeando durante días arriba y abajo de la casa sin saber que hacer.
Una vez cada 15 días llegaba el pedido de comida en el tren de mercancías. Era el único ser que veía en días y lo extrañaba. Se sentía un loco que le hablaba al viento pues ya hablaba solo o a los animales. Decidió que tenia que volver a traer vida a ese puerto de montaña, se le metió entre ceja y ceja, ahora solo faltaba el cómo. La idea le vino una noche donde su abuelo se le apareció en sueños y le indico que le acompañara. Le siguió hasta la mina abandonada, allí vio que habia mucha gente en la entrada con mochilas y mapas, estaban alegres hablando entre si animadamente. Sorprendido le pregunto a su abuelo que era todo aquello, su abuelo le respondio sonriendo:
-Es tu nuevo sueño Juan, mira sales aquí- y le enseño un periodico.
Juan no daba crédito, su estación era un museo de la mina y casi ni la reconocía. Ponía que había una famosa excursión a la mina y al museo, donde hablaban de su historia y se exponían sus herramientas. Juan no cabía en si de felicidad pero al buscar a su abuelo para darle las gracias se desperto súbitamente.
Desde ese día no cejo en su empeño en construir y hacer realidad ese sueño. Le costo 3 largos años de duro trabajo, pero la vida volvió a la mina, al pequeño pueblo y a la estación. Se convirtió en un sitio importante para el creciente turismo pues la gente anhelaba conocer el pasado y sentir la naturaleza. Su sueño se materializo en la realidad y aprendió que los sueños por muy inalcanzables que parezcan hay que perseguirlos porque es lo único que nos impulsa en la vida.
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