Mientras recorro otra vez el camino rumbo a mi labor diaria, vuelven a mi mente las afugias que desde ya tengo la certeza me he de encontrar; ya casi puedo sentir a mi compañera de respingada nariz, sumida en su teclado, apartada del resto del grupo en actitud hostil cuidando como si de un fuerte se tratara el pequeño espacio que se le ha otorgado para desarrollar sus monótonas labores. Detrás de mi, espalda con espalda mi soso compañero, regordete por la falta de ejercicio, inmerso en su celular y siempre con algún dulce o caramelo al alcance de la mano, con la grasienta sensación que emana de todo su ser. Al final de la oficina y siempre juntas en aquelarre permanente declarado siempre está el grupo de vejetas, cuchicheando sobre todos, y armando intrincadas historias de oficina en las que siempre destacan y exageran los deslices y los defectos por ellas asignados a cualquiera que no se halle en su nicho de chismorreo, dilapidando rumores malintencionados con el único objetivo de vengarse en otros por una vida miserable que han escogido tener…

Ya voy llegando al parque, se ha hecho corto el recorrido, los malandrines van del brazo de sus padres a un colegio que lo único interesante que tiene son los descansos y las oportunidades de hacer una que otra fechoría.

El vendedor abriendo su kiosco, con los montones de periódicos que debe ordenar antes que avance el día. Los vagos de siempre dormidos, allí quedarán aún cuando ya media mañana haya pasado. Confieso, me dan ganas de quedarme y acostarme con ellos.

Solo voy a esa oficina porque tengo que alimentar y desperdiciar mi dinero en un nieto que fue dejado hará unos nueve años por ese hijo que pronto se fue, con una nuera que quizá acaso algún día vi.

No quiero ir a la ciudad, no quiero entrar en la angustia y el temor constante que me vayan a atropellar; los motociclistas cruzan raudos en una carrera constante sin razón de ser, el caos es agobiante, no hay placer, no hay disfrute.

Una vez a la semana suspenden la circulación de motos, se diría que esos días son mejores, ¡Pues no!, allí llegan los taxistas que en su afán y premura por recuperar en un día lo que les sustraen en 6, se vuelven tan peligrosos como los motociclistas en su carrera suicida.

Las monedas… las monedas una a una ganadas, de dos en dos gastadas, te las gastan antes que las ganes, el seguro, la salud, la pensión… me da risa; la pensión, que idiotas somos, la pensión; no quiero ni pensar en la moderna esclavitud que me hace trabajar para mal vivir, cuando los dueños de la empresa ni siquiera los conocemos; una vez leí o me contaron no me acuerdo, que en una de esas revistas del jet-set estaba el hijo del dueño de la empresa, no creo que ese mocoso le importe lo que es una pensión, ellos con los dineros ganados en su corrupción, gestionados al interior de sus círculos de amigos, gozando unos pocos del trabajo de muchos.

Luego los impuestos; y alguien cree que no lo paga, me vuelvo a reir, lo pagamos en cada cosa que compramos, las sobretasas, el IVA, y todo lo que año tras año se inventan para sacar los centavos de cada uno de nosotros, y es que centavo a centavo, multiplicado por todo un país, para ser distribuido entre los mismos que gobiernan la nación… cada vez me dan mas ganas de tirarme en el parque.

Se atribula mi mente, los pensamientos acumulados pugnan por salir, no son pensamientos agradables para nada, la soledad no te da felicidad, solo te da espacio para sacar toda la hiel y la amargura que la esclavitud de los años ha acumulado, y ahora, en la senectud de la vida, sale lentamente con la viscosidad de la amargura que el olvido me ha dejado… vivir otro día, respirar un tiempo más, aguantar el dolor de las articulaciones, no saber sí la pastilla de la presión la tomé o no, son tantos los pensamientos insulsos que acompañan mi diario caminar rumbo a la oficina.

Allí cuando llegue, saludaré al portero Efraín, con quien siempre me detengo a conversar antes de subir las escaleras al tercer piso porque el destartalado ascensor podría caer en cualquier momento y acabar con mi anónima existencia. Él es otro viejo igual que yo, solo habla de sus nietas y lo bien que lo pasa con ellas, ¡viejo estúpido!, solo las tiene los fines de semana para que sus hijos puedan salir sin tener que pagar niñera, digna recompensa de unos hijos por los que nunca se preocupó y que ahora tampoco ve, quizá lo inviten en fechas especiales y lo releguen a un sillón solitario en medio de la multitud de amigos, mientras esperan que se duerman los niños para enviar al viejo Efraín de nuevo a su soledad.

Subir los tres pisos requiere esfuerzo y cuidado, ya hace rato que dejé de ser el mozo lozano que era la envidia de cuanto montador había en mi pueblo; ahora esos 54 escalones y 5 rellanos, son en sí mismos cada uno una parada en la que quisiera detenerme a medida que avanzo, la idea de lo que me espera en la oficina no es un gran aliciente; sin embargo aquí voy, paso a paso, escalón a escalón…

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