En ese entonces me encontraba en una época de mi vida donde no tenía un rumbo definido, ni laboral ni emocional. Recién había salido de una relación tóxica y enfermiza y había entrado al mundo de trabajar en las fiestas electrónicas. Era un ambiente que parecía alegre y encantador, mucho derroche de maquillaje y minifaldas, de lentes de sol por la noche y algunas extravagancias. Todos parecían ser amigos de todos y bailaban al ritmo de la música de algún dj de turno.

Yo trabajaba en las barras, no había hecho el curso de barman pero no es nada complicado tampoco diferenciar un cuba libre de un mojito. Enseguida entré en el juego atrapante de la noche, ganar mucha plata trabajando solo el fin de semana. Hacía bastante plata para mis gastos trabajando en tres fiestas por fin de semana y en la semana salía de lunes a viernes a otra fiestas electrónicas. Si, lo se, suena enfermizo y lo era. No me daba cuenta en ese momento pero no podía salir de ese ambiente, estaba obsesionada con las fotos, con la gente, con la música, con las drogas.

Vendía entradas, trabajaba en las barras y además era una consumidora vip de todas las fiestas en las que no trabajaba. Por un tiempo me creí popular, llena de amigos y de gente copada al rededor, y dejé de estudiar. Ya no quería saber mas nada con la carrera de agronomía, después de tres años de sacrificio, era muy ingenua, estaba dolida y me deje llevar por la emoción de toda esa alegría vacía que me brindaba el salir de noche. Durante el día dormía, la mayor parte del tiempo. Me estaba perdiendo la vida pero tenía plata, era «popular» y me sentía bien.

Llegaba el verano y me ofrecieron hacer temporada en Punta del Este vendiendo entradas y trabajando en las barras, obviamente acepté. Sin pensarlo dos veces apronté un bolso y una mochila con toda la ropa que pude poner y me fui a la terminal de ómnibus. Llegué directo para el primer trabajo, la fiesta Box en la noche de fin de año, estaba lleno de gente por todos lados, se respiraba aroma a fiesta, a descontrol. Esa noche fue la peor de mi vida, la gente se descontrolaba, me tiraron de todo tipo de bebidas en el pelo, no pare ni un segundo de servir vasos de personas que parecían tener menos edad que yo. La sufrí ciertamente pero valió la pena cuando terminó, fui por mi amiga Pao Spinelli que estaba en la misma situación que yo y nos relajamos en una fiesta en una casa con piscina. Después de esa noche fue una locura, toda la semana fiestas en el día y fiestas en la noche. No recuerdo cuando dormíamos ni cuando comíamos, pero sobrevivimos.

Pasamos de casa en casa por unos días, de hostel en hostel siempre con diferente compañía, pero bien acompañadas. En uno de esos días de locura me llega un mail de un tal Alejandro que decía conocerme de una fiesta en una chacra, ofreciéndome trabajo si me quedaba a vivir en Maldonado. No recordaba ningún Alejandro y hablando con mis amigos todos me decían con actitud negativa que no le contestara, que no fuera a encontrarme con gente que no conocía. Pero algo adentro mío en decía que confiara y eso hice. Fui a encontrarme con él y me contó que su hijo Nicolás estaba por abrir un growshop en el shopping de Punta del Este. Es decir, una tienda que vende accesorios para cultivo de plantas, en especial para el cannabis.

Desde el primer momento me gustó la idea, así que me puse a estudiar sobre fertilizantes, sobre cultivos y tal. Y poco a poco fui dejando el mundo de la noche, de la venta de entradas y las rutinas de doce horas sirviendo tragos para pasar a recomendarle a las personas como mantener sus plantas saludables. Por un mes estuve trabajando en el local de unos amigos de ellos hasta que abriera el del shopping. Ahí conocí personas que hoy en día mejor ni acordarse, me mude pro primera vez en mi vida con 25 años sola a una casa. Era un monoambiente chiquito y hermoso. Allí fue donde comenzó todo. Nunca supe como había pasado todo tan rápido, ni porque me había sucedido a mi. Pero de repente estaba viviendo sola y enamorada de Nico, que estaba siempre a mi lado, tan solo como yo. Y con el tiempo entendí un poco más, estábamos destinados a encontrarnos, nos esperábamos sin saberlo para compartir no solo el trabajo de llevar adelante un negocio sino para más bien la vida. Hoy ya pasaron tres años y ese local nos dejó muchos recuerdos, muchos amigos pero ya no está y sin embargo nuestro amor creció mucho más.

Y cada vez entiendo más, que todo pasa como tiene que pasar, que la vida está llena de señales y hay que estar atento y perder el miedo a salir de la zona de confort. Me arriesgué, cuando todos me decían que no, logré salir de un mundo de mentiras y vanidades para encontrar el amor y la plenitud de la vida. Actualmente las hijas de él viven con nosotros (esa es otra historia que merece ser contada con más detalle), y somos una familia feliz, con días buenos y malos pero llenos de amor, y lo que he crecido emocionalmente como mujer desde ese día que decidí decir que si a algo nuevo, es sorprendente. Me siento en mi lugar, estoy donde tengo que estar, llegué a donde tenía que llegar.

Estén atentos a las señales, están por todos lados esperando que te animes a vivir la vida, a encontrar tu lugar no importa cuál sea, no importa cuanto cueste.

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