El trabajo dignifica… y una polla, eso será a los pijos esos de ciudad que pueden trabajar en lo que les gusta o, al menos, en lo que han estudiado. Pero yo ni he estudiado ni, por supuesto, tengo un trabajo que me guste.

El camarero sigue secando los vasos mientras oye sin escuchar el soliloquio de Antonio. Todos los fines de mes lo mismo, es cobrar y venir al bar a dar la paliza y a quejarse de lo miserable que es su trabajo. Al menos no es peligroso, se limita a beber y a hablar. Hace tiempo que ha dejado de prestarle atención, siempre repite la misma historia ¿Por qué no se quedará en su pueblo?

Antonio sigue con su cantinela mientras pide otro sol y sombra. Tampoco se puede decir que no haya estudiado, por supuesto que ha ido al colegio, pero para aprender lo básico, leer, escribir y las cuatro reglas. No necesitaba mucho más, siempre supo perfectamente cual iba a ser su trabajo, el mismo que tenía su padre y el mismo que había tenido su abuelo y para eso no hacían falta muchos conocimientos. Al menos él se podía escapar cuando cobraba hasta la capital, que su abuelo no salió del pueblo en toda su vida, ni cuando la guerra, aunque más le hubiera valido, total, para acabar muriendo de tifus en un mal invierno. Su padre tampoco salió, ni para hacer la mili, alguna ventaja tenía que haber en ser hijo de viuda, eso y haber heredado el oficio del padre, si a eso se le puede llamar ventaja.

Sirvió el sol y sombra, sonrió, ya nadie pedía esa copa, anís y coñac, estos de pueblo son duros, y siguió con su tarea mientras intentaba desconectar de las quejas del cliente. Como si el suyo fuera un trabajo muy “dignificante”, sonreír, poner buena cara y atender los caprichos de los clientes, que si café muy caliente, que si muy frio, que si es poco hielo, que si es mucho hielo, eso sin contar todo lo que tenía que escuchar cuando el exceso de alcohol aflojaba las lenguas y la barra del bar se convertía en campo de aterrizaje de las miserias de los parroquianos, como si a él le importaran algo.

Y encima habrá quien piense que tuvo suerte, que él al menos tenía trabajo. Todos los de su quinta se habían ido del pueblo cansados de lidiar con el arado y el clima, hartos de dejarse la piel peleando con una tierra reseca y estéril y con el pedrisco y las heladas. Eso es lo que él tenía que haber hecho también, huir, pero no se atrevió en su día a enfrentarse a su padre y ahora era demasiado tarde, muy viejo hasta para pensarlo.

Y cuando los clientes se iban era peor, había que fregar todo el puto bar, incluidos los baños, donde no era raro encontrarse con sorpresas desagradable, menudos cerdos, muy elegantes por fuera, pero unos auténticos guarros, seguro que en su casa no son así, al menos por no aguantar la bronca de la esposa, aunque es posible que esa sea la razón de que vengan al bar. Todo para que cuando el dueño abra por la mañana se encuentre todo limpio como una patena, lo que coño quiera que fuese eso que pone como ejemplo cada vez que la limpieza no es como él desea. ¿Otro sol y sombra? Vaya, la cosa pinta mal, ya me veo recogiendo el vómito de este tipo.

Vaya cara que ha puesto el camarero cuando pedí otro, tranquilo campeón, puedo con este y con más, pero será el último, que luego quiero ir de putas. Es que por no tener no he tenido ni novia, ya me contarás como, ni una mujer de mi edad quedó en el pueblo. Además, seamos sinceros, tampoco era yo el mejor de los partidos, trabajo fijo, sí, pero con un sueldo de miseria que apenas me da para vivir solo, bueno, y para esta escapada mensual, pero es que si no me doy algún capricho para qué vale vivir.

Ya está, ya ha conseguido ser el último cliente, los del dominó de la mesa del fondo se acaban de ir. Voy a coger la escoba a ver si se da por aludido, que cuando se vaya aún me queda mucho por hacer. Si fuera yo el dueño le decía algo, yo qué sé, que es la hora, lo que sea, pero con el cabrón que tengo como jefe si se entera igual me echa, y no está la cosa, ni yo tengo edad ni fuerzas, para andar buscando otro curro.

Y ahora va y coge la escoba, venga hombre, si me acabas de poner la copa. Pues no pienso darme prisa, que para eso la pago, pienso disfrutarla y luego iré al club ese de la esquina, a ver si está la rubia de la otra vez, es cara, pero vale la pena, eso, un capricho.

Bueno, todo barrido, barra recogida, me queda la copa de este, pues le voy a decir que es la hora de cerrar, que le den al jefe, estoy reventado de aguantar gente y todavía me quedan los putos baños.

Ahí viene el camarero, vale, vale, apuro la copa y me voy. Pero lo hago yo, a mí no me dice este que me vaya. Buenas noches. A ver si está la rubia y mañana a seguir con ese curro de mierda. Si ella supiera que esta tarde ha pasado por mis manos otra mujer. Mira por donde, al final, estoy volviendo a ver a todos los que se fueron del pueblo, es lo que tiene ser el jodido enterrador.

Este trabajo es una mierda.

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