Cuando me presenté a la Oficina municipal de suicidio asistido, no sabía si debía entregar mi currículo para la vacante, o si solicitar para mí el procedimiento. Finalmente preferí entrar a la entrevista con la que buscaban seleccionar a los operarios que estaban haciendo falta para algunas de las tareas de la planta. Habían tenido que ampliarla por la demanda creciente y para ello debían contratar nuevo personal.
Yo sabía que me enfrentaba al dilema de encontrarme de nuevo en una situación en la que me viera abocado a solicitar este servicio del Estado, precisamente por estar trabajando, pero me arriesgué sabiendo que, en últimas, pues me apuntaba en la fila.
Lo primero que sucedió fue que, después de la entrevista, nos llevaron a varios aspirantes a dar un recorrido por las instalaciones, nos explicaron las tareas que deberíamos cumplir en caso de ser seleccionados, y al final nos reunieron en un salón. Éramos entre unos quince o veinte, la mayoría hombres, y de allí seleccionarían sólo a ocho. Para ello, además de la entrevista individual que nos habían hecho, deberíamos diligenciar un formulario con preguntas destinadas a obtener una mayor aproximación al conocimiento de nuestras personalidades, y con ello calificar en orden a los más aptos para los cargos.
La primera pregunta del formulario era «¿Ha pensado usted alguna vez en solicitar el procedimiento de suicidio asistido en esta entidad?«, y las posibles respuestas eran No; Si, una vez; Si, varias veces. La segunda era «En caso de que su anterior respuesta haya sido afirmativa, responda si ha solicitado alguna vez que se le asistiera en dicho procedimiento». La tercera decía «En caso de que su anterior respuesta también haya sido afirmativa, indique cuáles fueron las principales razones para reconsiderar su decisión», con un inciso adicional que decía «¿Cree usted que su cambio de parecer obedeció a las orientaciones recibidas durante el proceso por parte del personal de esta entidad?». Y a continuación seguían otra serie de preguntas de las pruebas estándar de selección de personal.
Unos días después fui notificado con la respuesta de que había sido seleccionado para el cargo de Operario en planta. Me decían además qué día debía presentarme para firmar el contrato e iniciar labores. Ese día fue el siguiente lunes, en el cual me presenté a primera hora sin contratiempos. Mi principal expectativa era acerca de las funciones que me asignarían. Afortunadamente no fui asignado a nada que tuviera que ver con la manipulación de los cuerpos, pues, a pesar de que me había hecho a la idea de lidiar con eso, prefería no tener que enfrentarme al carácter rígidamente neutro de esos rostros. Así fue que me asignaron al almacén, y tendría que encargarme allí de la logística e inventario de las sustancias y equipos empleados en la fase de Administración de dosis letal.
Al cabo de algunas semanas, a la hora del almuerzo, hablé con una operaria de otra zona, y me sorprendió descubrir que había hecho parte del mismo grupo del que yo había sido seleccionado. No la recordaba de aquel día. Y le pregunté si conocía a los otros seleccionados. Me dijo que no, y que tampoco me recordaba a mi. Yo le pregunté que cómo le habían parecido esas primeras preguntas, y ella me respondió que no se las esperaba, pero igual las contestó sin problema, ante lo cual yo me aventuré a preguntarle si había respondido afirmativamente alguna. Ella luego de unos segundos de reflexión y reserva, me contestó que si, y se adelantó a decirme que ella se había arrepentido de que le realizaran el procedimiento. Antes de preguntarle por más detalles yo le dije que yo también. Pero allí preferimos seguir almorzando y dejarlo así, en esa ocasión no hablamos más al respecto, cambiamos de tema, quedamos tal vez un poco reflexivos, pero no le dimos a esa casualidad más trascendencia.
A la siguiente semana nos encontramos de nuevo, y ella me dijo que había conocido a alguien más de nuestro grupo, es decir, de los ocho que fuimos seleccionados el mismo día, y quien además le había dicho que los otros cinco se encontraban asignados a su misma área, tres en una tarea y tres en otra. Yo le pregunté con suspicacia si sería que ellos también se habían arrepentido de un procedimiento solicitado para ellos mismos, y ella me dijo que si, que habían hablado de ello y, para su sorpresa, él le había dicho que todos coincidieron en ese detalle.
Eso me dejó pensativo, y quise indagar en si habrían otras coincidencias entre nosotros. Por lo que intenté que en algún momento pudiéramos reunirnos todos. Por los turnos que teníamos no fue fácil coincidir, sobre todo porque el grupo de los seis tenía turnos nocturnos rotativos y nosotros dos no. Pero finalmente, en una actividad de integración entre empleados pude conocerlos a todos al mismo tiempo. A pesar de que cada uno tenía conocidos distintos con los cuales compartir en ese día, quizás por la curiosidad que empezó a suscitar entre nosotros el hecho de haber coincidido en ese aspecto íntimo y trascendental de nuestras vidas renovadas, en cierto momento del día nos reunimos y empezamos a hablar con sutil interés por nuestras circunstancias.
Encontramos varias cosas en común en nuestras vidas, sin embargo, quisimos encontrar a alguien de selección de personal para preguntarle acerca de ese aparente criterio que pudo haber inclinado la decisión hacia nosotros, y así saber si en realidad allí había algo más que una casualidad; cosa que para nosotros empezaba a ser un indicio muy fuerte. Pero ninguno conocía a un funcionario de esa dependencia; y, de hecho, no les habíamos vuelto a ver.
Pocos días después nos enteramos de algo que nos llamó poderosamente la atención, en una lista de personas que habían completado satisfactoriamente todo el procedimiento de suicidio asistido, se apreciaba un rasgo que tuvieron todos ellos en común, todos habían trabajado antes en la planta.
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