Ahí vienen los cuatro payasos de cada noche. Que serán ¿Rumanos? ¿Rusos? No acabo de identificar ese acento cerrado, que retuerce la ‘R’ hasta límites insospechados, aunque apostaría que procede del Este. Resoplo débilmente. No me gusta servir a esos hombres, tienen un extraño sentido del humor con las camareras. Quizá soy yo, que me tomo demasiado mal comentarios que para otros parecerían inofensivos, pero no sé… Cuatro camioneros, que conviven en el mismo vehículo durante noches seguidas, transportando noséquecosa por toda Cataluña durante meses antes de volver a casa con sus familias… Sea solo humor verde o no, de estar salidos, lo están. Miro esperanzada a mi alrededor a ver si alguna compañera puede ocuparse de ellos, pero están fuera, atendiendo en terraza. Recojo apesumbradamente las cartas de la barra, y me dirijo hacía las mesas donde se van a aposentar los hombretones. Para cuando levanto la cabeza, ya tengo grabada la sonrisa más perfecta y más falsa, especial para ellos. En mi cabeza siempre resuenan las palabras de mi jefe, ‘Nosotros vendemos bocadillos y tapas, como cualquier otro restaurante, somos como un Mc Donald’s, o un Burguer King. Entonces ¿En que nos diferenciamos?¿Por qué la gente viene a comer aquí en vez de en el Mc Donald’s o el Burguer King? Por la atención al cliente. Tenéis que ser super educadas, simpáticas, agradables, una sonrisa gigante siempre en la cara. Puede venir gente borde, pero son clientes al fin y al cabo, que dejan su dinero aquí, así que pase lo que pase, una sonrisa bien grande, chicas’. En fín, dinero, dinero, dinero, dinero, repito como un mantra mientras les entrego las cartas.
– Buenas noches ¿Que os pongo de bebida, chicos?
Los cuatro rumanos, rusos o lo que sean me miran con sonrisa pícara. es obvio que quieren lo de siempre, pero que queréis que haga chicos, es una mera formalidad.
– Un vino de litrrro con gasesosa, esta noche lo vamos a passsarr bien.- Me dice el que peor me cae de todos. Es un gordo seboso, con unos ojos azul cielo claríssimos que clava en mí durante todo lo que dura la cena sin ningún reparo. La forma de mirar de este tipo me pone sumamente incómoda. aunque atienda en la otra punta del local, sé que cuando me vuelva me estará mirando, intensamente, con esos dos cubitos de hielo. No para pedirme nada, como otros clientes, sólo mira y sonríe.
Les traigo la bebida, tomo nota de la comida. El señor cubitos de hielo pide un combinado de arroz a la cubana con salchichas. El cocinero me llama.
– Cris, diles a los de la mesa 6 que no nos quedan salchichas.
– Vale.
Me acerco a la mesa. Los hombretones giran la cabeza hacia mí.
– Lo siento, se nos han terminado las salchichas- Me disculpo, de nuevo sonriente.
Los hombretones se miran entre ellos en silencio. Al rato, el señor cubitos de hielo me mira con esa terrible mirada, y tuerce la boca sonriendo de forma lasciva.
– Que, te has comido tú todas las sssalchichas del rrrestaurrante ¿verrrdad?
Me quedo en silencio, no me esperaba para nada un comentario así, así que lo único que logro hacer es quedarme allí plantada como una idiota. Esta reacción le divierte mucho.
– Sí… Te encantan las salchichas ¿Verrrdad? Comes salchichas sin parrarr. Pues nada, ponme un Bratwurrst, que es más gordo, si no te lo has comido ya.- Y me guiña un ojo. Los cuatro hombres estallan a carcajadas a coro mientras yo sigo paralizada delante de ellos, iracunda, debatiéndome entre si reírles la gracia como una gilipollas o estamparle la bandeja en la cara a ese desgraciado. Esto último significa despido. Estoy temblando de la rabia. Opto por decir un seco ‘Vale’ y me voy dando zancadas hasta detrás de la barra. Ahora ha venido una compañera.
– Ponle un bratwurst a ese imbécil de la mesa 6, yo no pienso servirles más.
– ¿Que ha pasado?
Le cuento indignada lo que ha ocurrido, pero le resta importancia. Aun así, sigue atendiéndolos por mí. ¿Cómo han conseguido que me sintiera tan vulnerable con dos frases? ¿Por qué no me he defendido? Y sobre todo ¿A que coño venía eso? Nunca he acabado de coger confianza con esos hombres, nunca he sido recíproca con su ‘sentido del humor’ a diferencia de con otros clientes más amables, así que ¿Por qué se han tomado la confianza de hablarme así? ¿Yo lo he provocado al asumir mi rol de camarera sumisa? ¿Esto es lo que merezco por tratar con amabilidad? ¿Hasta que punto he de seguir la ley de ‘el cliente siempre tiene la razón? No soy sensible, aunque en este escrito pueda parecer una exagerada, pero me sentí tan mal, que tenía ganas de llorar, sólo quería que se largaran. Me sentí…. bueno, hicieron que me sintiera… como una puta. Una puta a la que le puedes decir lo que sea porque no puede ofenderse. Puedes ser grosero, humillarla, total, no te puede reclamar, porque la bronca se la llevará ella. Ignoré a esos tíos durante toda la noche. Me llamaron un par de veces, pues según ellos les gusta más que les sirva yo, pero pasé de ellos. Por suerte, esa era su última semana de reparto, transporte o lo que fuera y no volvieron más. Y ya está, esta es mi anécdota. Quiero dedicar este pequeño texto a esos hombres, que aunque quizá no se dan cuenta, o lo hacen porque creen nos hacen gracia, nos tratan como sirvientas. NO nos chisteis, no somos perros y no estamos ciegas. Levantad la mano y en cuanto podamos os atenderemos. NO sonreímos por vuestros piropos de mierda, la sonrisa es un requisito básico en hostelería. Si somos amables NO significa que queremos tema con vosotros, se llama buen trato al cliente.
Unas pocas palabras amables pueden alegrar una jornada entera. Gracias a los que sí consiguieron sacarme una sonrisa sincera.
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