Estás en el último ciclo en la Universidad, vas a egresar luego de 5 largos años en los que han sucedido de todo. Te sientes preparado y es necesario que busques «tu primera chamba». Pues bien, tocas la primera puerta y te dicen que se necesita a alguien con experiencia de 2 años para el puesto. Tocas la segunda y te piden certificados de haber llevado cursos hasta en la Nasa. Te empieza a desesperar el no poder encontrar un trabajo que le dé valor a los años de esfuerzo. A menudo te cruzas con tus compañeros de tu misma edad que estudiaron una carrera mucho más corta y con menos preparación, ellos andan en motocicletas de último modelo, ropa a la moda y distintos lujos que se da alguien que ya trabaja. No te parece justo, obvio, pero solo te queda tener paciencia.

Sí, no eres el único, también le pasó a Steveen.

Luego de estar a punto de perder la paciencia por no encontrar un trabajo, lo peor que te puede pasar es que lo encuentres y te exploten. Steveen, egresado de Ingeniería en Telecomunicaciones, se presentó a una empresa nueva, de esas que no sabes si el otro mes seguirá existiendo. En la oficina fueron claros, se necesitaba gente que no le tenga miedo a las alturas, con actitud positiva, responsable y con ganas de aprender. Todo marchaba bien, el trabajo era en el interior del país, allá en el lejano Ayacucho en Perú, ciertamente lejos de Lima, la capital.

El viaje lo hizo junto a Diego, amigo de la universidad, que también se había presentado en la búsqueda de actividad laboral en esa empresa. Partieron juntos hacia aquella ciudad que se ubica a 2,628 m.s.n.m. con mucha diferencia de Lima que se ubica solo a 101. El país es hermoso en su interior por su naturaleza, pero también olvidado por el gobierno en sectores como la salud y educación.

Sus labores eran llevar conectividad móvil a los distintos pueblos de la región. Allá los recibieron 3 técnicos antiguos con mucha experiencia. Al llegar, lo primero que les preguntaron era si tenían experiencia en torre, ellos respondieron que no, que era su primera chamba. Esto creó cierto malestar entre los chicos que llevaban mucho tiempo en el rubro, pues querían gente que aporte y no a quienes se les enseñe todo el desarrollo del trabajo. Claramente ellos iban a hacerles pagar el derecho de piso y tenían preparado el plan. Cuando en la oficina te preguntan si tienes miedo a las alturas nunca te imaginas que se trata de subirte a un torre de más de 80 metros de altura. Una cosas es estar en el suelo y la otra es mirarlo todo desde arriba. Si dudas estás muerto, no subirás más de 10 metros. Las piernas te temblarán, el viento te soplará en la cara y la presión de tener que hacer bien el trabajo te terminará hundiendo. Esto le pasó a Diego, que fue el primer encargado en subir. Quiso demostrar fortaleza en los primeros tramos, pero terminó aceptando que no podía. Steveen, a su vez, sentía pena por su amigo, que claramente estaba sufriendo para no desfallecer. No duró mucho tiempo observándolo pues recibió la primera orden en tierra. La misión era amarrar la fibra óptica y el cable de energía para hacerlo llegar mediante una soga y polea hacia la parte más alta de la torre.

Todos subieron y dejaron a Diego en apenas 12 metros de la base. Steveen amarró los cables como mejor pudo, como mejor se las ingenió, ya que nadie se tomó la bondad de explicar la manera más efectiva de hacer subir un peso tremendamente pesado a lo largo de aquella torre, que era imponente. Los gritos de los muchachos que estaban arriba fueron para ordenar que empiece a jalar de la soga que haría que la fibra suba. Todo marchaba bien hasta los 20 primeros metros, altura a la que ya se encontraba Diego, pero el peso empezó a aumentar y a producir cansancio en el chico de 22 años, cuyo objeto más pesado que había cargado eran sus libros. Para el metro 30 ya no podía más, era en verdad un abuso. Pidió ayuda a Diego, que ya estaba descendiendo, pero iba demasiado lento y desde más arriba se escuchaban gritos que decían apúrate, rápido. Hizo un esfuerzo sobre humano y jaló más fuerte y fue en vano, pero ocurrió lo peor que le pudo pasar a alguien que está teniendo su primer día de trabajo. La fibra se soltó de la soga, el amarre no fue lo suficientemente seguro. Cayó por todo el piso haciendo un sonido fuerte, causando un gran caos. Él se quería morir, pues el que conoce de la materia sabe que la fibra es el elemento más frágil que existe en el rubro, que una pequeña dobladura en alguna parte hacen que cientos de metros dejen de servir.

Luego de lo sucedido se escuchó un prolongado silencio desde arriba. El tiempo se detuvo, sabía que estaba despedido porque la pérdida de la fibra significaba retrasar el trabajo una semana más hasta que llegue desde Lima nuevo material, y eso significaba que se dejen de hacer otros trabajos en otras provincias. Y claro, también el factor económico, pues una empresa al no cumplir con el tiempo pactado en la entrega de un proyecto recibe una enorme multa. Bajó el primero desde arriba y le dijo-ya fuiste cholo, la cagaste. Él sólo se encomendó a Dios, todo estaba perdido, era mejor subir los 80 metros a estar ahí, congelado, desde el suelo por la reciente experiencia.

Se hicieron las pruebas y, felizmente, nada se había roto. La faena se concluyó y no necesitaron despedirlos. Estaban tranquilos, habían dado lo mejor de sí. Lo sucedido solo fue una anécdota en sus vidas. Se marcharon.

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