Amor,

ayer cumplí 86 años y después de soplar las velas mi memoria voló. Recordé nuestra huída a pie subiendo al Puerto para pasar a Francia y el desarraigo en un lugar ajeno a nuestro paisaje. Pero a pesar de todo, fuimos felices allí. Lejos quedó nuestra casa de las montañas, cerrada, aletargada, añorada. Nuestras hijas crecieron en otra lengua y junto a una de ellas quedaste enterrado en el país vecino, como el poeta republicano. Así lo quiso el destino.

Escucha y sonríe: después de casi sesenta años he regresado. Sí. Nuestra nieta segunda dejó Francia y se instaló junto a su marido cerca del valle. Nos arrastró también a nosotras y ha reabierto las puertas de tu vieja casa. Vieja como yo y mis recuerdos. María enviudó y vivo con ella. Subimos al pueblo con Elisa y Carlos casi todos los fines de semana.

De día, vuelvo a recorrer los caminos y, de noche, busco la estrella que iluminó nuestro camino. Y todavía siento la caricia de tu piel sobre la mía.

Tu Pilar

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