Se sentó en un asiento libre de aquel vagón. Abrió su cuaderno de anillas. Su boli Bic empezó a deslizarse, trazando, enlazando y desvelando palabras que ni siquiera sabía que tenía en la cabeza. Describía con precisión de cirujano al tipo dormido de enfrente. A la mujer que no paraba de teclear en su móvil. A la adolescente de los aros que se miraba en la ventanilla. De aquel boli salían texturas, colores y olores. Cuando el boli paró, se dio cuenta de que llegaba tarde al taller de escritura.

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