Esa tarde debíamos escribir un cuento breve, de tema libre.

Por mi parte, no había tenido un buen día: la nieve apagaba los desiertos, los pingüinos hervían de fiebre y fundían el menguante hielo, las vacas devoraban a los granjeros, las aves obstruían los caminos, capas de insectos cubrían las ciudades.

Al terminar, cada uno debía leer en voz alta lo producido.

“Deshágase la luz”, exclamé cuando llegó mi turno. Todo el caos, talleristas incluidos, volvió a la nada.

Y vi que aquello era bueno.

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