Se sacudió las manos y dio un par de pisotones para desprenderse la tierra de los zapatos.

No fue tan difícil finalmente.

Enterró su sueño después de participar en el taller de escritura.

En un acto final de valentía le entregó su manuscrito al profesor.

Esperó, pero solo recibió silencio.

Ahora liberó en un suspiro toda la ira que le devoraba desde hacía un mes, cuando leyó su nuevo libro.

El cabrón se lo tenía merecido.

Se echó la pala al hombro y se alejó silbando.

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