Estoy preparado para interpretar el papel de profesor de literatura en Soria, aunque mi repugnante herida obligue a los chicos a mirar a las chicas y, éstas, a la fotografía del Rey que parece concentrado en el tablón del fondo del aula donde he señalado con chinchetas de colores los puntos del Duero en los que se ahogan mis sueños. Cojeo del derecho y, mientras bailo con las palabras, engaño a las baldosas tarareando un relato que soy incapaz de leer ante los compañeros del taller de escritura.
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