Cuando Ana le comentó que acudía a un taller de escritura, Víctor supo que esa sería la excusa perfecta para volverla a ver. Y ahí lo tienen, el primero en llegar cada día para reservarle a Ana un puesto a su lado, devanándose los sesos para encajar una historia en 500 caracteres, cargado de libros recién comprados y con la sonrisa nerviosa cada vez que Ana se interesa por sus relatos. Amor, en pocas palabras.

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