Ansiosa y divertida ocupó un lugar cercano a la ventana, sosteniendo el lápiz entre los labios intentó acomodar aquella maraña indomable de rizos azabaches.

Desapercibido e inquieto la observaba unas filas más atrás, un hormigueo recorría su cuerpo cada vez que veía a la indicada.

Ella sonrió como sonríe el sol en un día cálido de otoño, él tragó saliva y apretó los labios.

«Es mi primer día en el taller de escritura», la oyó decir.

«Una pena que también sea el último» pensó él.

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