Leyó el relato que había preparado para esa semana. Me llamó la atención que usase una palabra malsonante en su texto y, cuando le pregunté, se justificó diciendo que era el personaje quien hablaba, no ella. El aula estalló en carcajadas y sus compañeros le reprocharon la respuesta. ¿Cómo no iba a haberlo escrito ella? Eran sus manos las que habían tecleado y su mente la que había creado. Ellos no podían entenderlo pero yo había conocido otras mentes como la suya. Eran escasas pero existían.

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