Más temprano temblaba de pies a cabeza, tenía una enredadera en la garganta y arrastraba las ojeras de la noche en vela. Con todo, me vi salir rumbo a su Taller de Escritura (¿qué es eso?).
Lo había visto por última vez en casa de mis padres, antes de hacerse famoso por un premio de no sé qué cosa. Entonces tenía nueve años pero ya lo amaba con locura. Ahora tengo veinte y una emoción que muerde.
(¿Me recordará? No creo. ¡Seguro! No creo.)
Me siento. Espero.
Explota el mundo todo: ahí viene.
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