Era un niño con una solicitud peculiar, solicitaba, cuando abandonaba su cuarto, que no me quedara dormida y lo fuese a ver seguido. Ignoré, pensé se trataba de simples temores infantiles. Una noche sus alaridos me hicieron saltar del sillón; corrí a su cuarto a ver qué pasaba; cuando entré, Me guié por su manita temblorosa que señalaba la ventada. La figura que vi era una sombra que se arrastró con avidez y desapareció en la ventana siseando. Abandoné el trabajo de ser niñera para siempre.

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