Hizo clic y el ejercicio de escritura voló a su destino.
A la mañana siguiente le faltó el aire.
Los siguientes días rehuyó hablar con nadie, caminó pegado a las tapias, fingió enfermedad, estuvo insomne y vomitó todo.
Un martes gris llegó el e-mail con el comentario del tutor.
Lo abrió.
La mirada febril recorrió el escueto mensaje.
Y se hundió en las simas de la desesperación, bajo toneladas de desprecio hacia sí mismo al leer: no he sentido nada, te sobra…, mejor reescríbelo pero esta vez…

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