ELLA escucho cada palabra que ÉL decía sobre la lectura. Un toque de poesía salía de sus labios y garra de su corazón.

ÉL pidió un voluntario para leer su párrafo favorito que tantas veces había leído en la soledad de la noche.

ELLA se ofreció levantando la mano.

Leyó la añoranza de un buen pasado. El amor perdido por un descuido. La cicatriz sin sanar. Luz al final del túnel. El perdón por la culpa. Y entonces entendió que para querer bien a los demás hay que quererse primero a uno mismo.

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