Y ahí iba ella, recorriendo las mismas calles; la brisa fría dolía en su cara y una espesa niebla invadía sus pensamientos. Ahí estaba ella sentada de nuevo, con el frío que lleva dentro paralizando sus manos, doliendo a cada instante, escuchando el crujir de sus dedos como madera vieja mientras deja que de a poco se precipiten las letras como las gotas del cielo en una tormenta. Ahí está ella escribiendo de nuevo para dejar brotar versos en vez de lágrimas y hacer catarsis porque ella es fuego.

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