Al niño le gustaba el olor a papel viejo de la escuela. Repetía el nombre del taller diciendo que repararía la Fuente tajada. Un buen día entró con una mochila con herramientas y le esperé en el portal.

Esperé una eternidad sentado en el escalón de mármol hasta que mi sombra se despidió y la luz del Sol me atravesó para siempre.

Salió del portón de hierro un hombre de rasgos familiares, mochila al hombro. Había pasado ahí dentro una vida y pedazo de otra buscando al niño que reparó la Fuente.

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