Cuando el profesor de escritura creativa me ordenó que abriera el baúl que había en medio de la clase, salieron de ahí: palabras agudas, llanas y esdrújulas. Palabras permitidas y prohibidas, bonitas y feas, empleadas y olvidadas. Adverbios, pronombres y adjetivos. Verbos, preposiciones, conjunciones y artículos.
—¿Y qué hago yo con todo eso? —pregunté, dubitativo.
—Organiza las ideas, y con las palabras, construye tu relato.
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