«Es mejor insinuar que mostrar». El comentario lapidario de aquel famoso escritor sobre mi relato, realizado delante de los compañeros del taller de escritura, me dejó helada, tanto como la fría noche que había pasado escribiéndolo. Al final de la clase me marché y no volví más. Era joven, inexperta, insegura y, como siempre en mi vida, hubiera necesitado el reconocimiento del profesor, del padre, del amante, del amigo. Yo y mi eterno problema de autoestima mezclado con el amor a los hombres.

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