Aquel fue un día gris lluvioso. Los minutos no dejaban frenar la gran angustia de mi alma y el deseo de nadar en el viento perdiéndome en la niebla.

Nunca entenderé lo que pasó o lo que me empujó a subir esos escalones mojados y permitir desnudar mi soledad. Cargué mis recuerdos dormidos -que pesaban toneladas- y los dejé caer en mi primer taller. Ya era tarde para lamentar las cadenas rotas del silencio. Era hora de soplar las heridas profundas del olvido y dejar que los sueños hagan el resto.

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