Cuando estaba en el taller de escritura, Alberto, nuestro tutor literario nos preguntó por qué escribíamos. Todos los alumnos que asistieron a la clase les dieron sus razones, excepto yo, que guardé silencio porque tenía miedo.

Si yo fuese más valiente, le habría dicho que escribo porque las palabras son el don divino que me conectan con el mundo, que definen quién soy, a qué le temo, cuáles son mis esperanzas y sueños, y en quién podría llegar a convertirme cuando deje el miedo atrás.

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