Llegó el fin de la obra. Debía matar al personaje. Era la consigna.

Lo había amado a escondidas entre frases, tinta y papel.

Fue tras él con su lápiz llorando letras de sal.

¡Mátalo ya! ¡Es la orden!

No podía.

Le dolían las entrañas.

Si él moría todos los que lo leyeran morirían.

Era SU relato ¡Joder!

¡Vive!

El profesor habló:

Si un personaje se vuelve real ves el mundo a través suyo. Desordena tu mano. La pluma no obedece. Se adueña de la historia. Una orden, NO es de hierro ¡APROBADO!

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