Siempre con la mano levantada. Lo había hecho durante todo el tiempo que duró el taller. Recuerdo que al principio me pareció una loca. Fue expulsada por insistente. Cuando se fue, comencé a pensar en sus objeciones. Tenía razón, allí éramos invisibles. Al día siguiente, el profesor volvió a dirigirse a la clase de la misma forma que siempre: ¡Todos a escribir! Ella me había enseñado que eso no me incluía a mí. Levanté la mano; mientras, con sorpresa, vi que las demás me imitaban.

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