El conductor era guapo, aunque demasiado joven para mí. Además, yo no viajo para ligar, sino en busca de inspiración para mis historias románticas. Nadie sospecha la dificultad que representa producir, bajo contrato, una novela Penguin mensual; si no fuera gracias a los viajes compartidos de BlaBlaCar… Me gano bien la vida, pero ¿cuándo voy a disfrutarla?
La chica sentada delante —un pecado en pantalones cortos y camiseta ceñida— parecía aún más joven que el chofer. Detrás, un señor y servidora. Él lucía atildado pero demasiado maduro. Yo, un pimpollo de cincuenta recién cumplidos —bueno, tal vez con algún año repetido—, cruza de Corín Tellado y Elisabet Benavente. ¿Me has reconocido? Sí, soy Corazón Solitario.
Mi compañero de asiento rompió el silencio con peligrosa voz de bajo:
—¿Por qué te has sentado delante?
—Pero Papuchi, vos sabés que atrás me mareo.
—¡Semáforo verde! —azucé al conductor que, embobado, miraba doradas piernas y demás.
—¿Por qué me haces los cuernos? —insistió el amante despechado.
—Ji, ji, ji —soltó una risa reprimida el jovenzuelo. Rascó la primera marcha y desapareció de mi relato: era un estúpido.
Ellos habían hablado como si estuvieran solos. Parecían escritores noveles aquejados de la visión en túnel: se entusiasman con el diálogo, olvidan el entorno y sus personajes parlamentan en el vacío. Para la pareja no había carretera —pues por fin habíamos salido de Barcelona— ni compañeros de viaje. Estaban solos en el escenario, nada existía fuera de ellos. Ni siquiera se daban cuenta de que la prematura nevada arreciaba y, por tanto, no sería fácil llegar a Puigcerdá.
—¡Yo no te hago los cuernos!
—¿Cómo que no? —vibró la voz cavernosa—. Te hice seguir. Tengo videos de cuando entras y sales con tíos de nuestra propia casa. Pero también en pubs, desnuda en la playa…, tan bella. Incluso ayer, al destrozar el Tesla, te acompañaba un niñato. Nunca el mismo.
—Viste, hasta vos lo reconocés: nunca el mismo.
—¿El irte con cualquiera te parece una excusa?
—Claro Papuchi. Estás tan ocupado en ganar platita que yo tengo que entretenerme. Pero te juro que solo salgo con un tío si se parece a vos. Si no, no. Te lo juro, cari.
—¿Solo porque se parecen a mí? ¿Lo juras?
—Ya te lo juré, Papuchi: yo jamás me iría con otro.
—Bueno, visto así…
Pero no estaban solos: mi carcajada fue homérica. La tristeza llegó más tarde.
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