El susto en el garaje: sin Blabla, pero con música

El susto en el garaje: sin Blabla, pero con música

Salí temprano de mi pequeño pueblo en la comarca de Cinco Villas, rumbo a Valencia para visitar a mis padres. Como siempre, compartí el viaje en Blablacar. Esta vez, aparte de mis dos hijos pequeños que dormían en los asientos traseros, vino una chica bastante tímida que se sentó en el asiento del copiloto. Desde el principio, no soltó muchas palabras. Supuse que sería de esas personas que prefieren disfrutar del paisaje en silencio.

El viaje transcurrió sin grandes novedades: montañas, campos y algunos pueblos que pasaban por la ventana. Yo intenté un par de veces iniciar una conversación, pero la chica no parecía interesada en hablar. Así que me limité a conducir, mientras en mi mente repasaba todo lo que tenía que hacer cuando llegara a Valencia.

Ya cerca de la ciudad, recordé que mis hijos pequeños estarían todavía dormidos a esa hora. Se me ocurrió que, en vez de dejar a mi pasajera en la parada de autobús como habíamos acordado, podría aparcar el coche directamente en el garaje de casa. De esa forma evitaría despertarlos con el ruido de las puertas. Le pregunté si le importaba que hiciera esa pequeña desviación, y como movió la cabeza pensé que me había escuchado y contestado asintiendo con el movimiento.

Cuando entramos en el garaje de mi edificio, de repente, la chica comenzó a gritar como si el fin del mundo estuviera cerca. Entre el eco del garaje y sus gritos, tardé un par de segundos en darme cuenta de lo que pasaba. Me saqué el cinturón de seguridad de un tirón y empecé a balbucear algo como: «¡No, no, no! Solo voy a aparcar, lo juro, es para no despertar a los niños…»

Ella, que evidentemente no había oído ni una palabra de mi explicación, pues estaba escuchando música con sus auriculares, pensó lo peor. Todavía recuerdo su pánico. Afortunadamente, tras unos minutos de aclaraciones y muchos «lo siento, fue un malentendido», la situación se calmó. Aunque seguía un poco nerviosa, finalmente entendió que no había ninguna mala intención.

Al final, nos reímos de la situación. Nos dimos cuenta de que, a veces, los malentendidos surgen de lo más simple: un par de auriculares y un poco de falta de comunicación. Desde entonces, aprendí una lección: si vas a cambiar el plan, asegúrate de que la otra persona te haya escuchado… ¡sin auriculares de por medio!

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