Golpea suavemente la ventanilla del vehículo. Al instante, el cristal comienza a bajar dejando al descubierto el rostro del conductor.

— Hola, buenas noches, ¿es usted Roberto?

— Sí, por supuesto. Y usted es Sofía, ¿me equivoco? —responde él con una sonrisa cortés.

— ¡Sí, soy yo! —contesta ella, devolviendo una sonrisa educada.

Con delicadeza, Sofía abre la puerta y se sienta en el asiento trasero, moviéndose con cierta timidez. La puerta se cierra con un leve chasquido, y el auto arranca. Afuera, la noche es cerrada y la lluvia golpea el parabrisas, distorsionando las luces de los faros. Cada gota parece añadir un peso adicional al ambiente cargado de silencio. El trayecto se siente interminable, con la oscuridad rodeando el coche como un velo opresivo.


Roberto la observa brevemente a través del retrovisor, sus ojos escondidos tras unas finas gafas de lectura.

— ¿Es la primera vez que usas BlaBlaCar? —pregunta con voz calmada, intentando iniciar una conversación.

— No… Generalmente me lleva mi compañera de piso, pero esta vez no ha podido ser. No es algo que me haga sentir cómoda, pero supongo que ahora está todo más controlado —responde Sofía, algo insegura.

— ¿Por qué realizas este viaje? —Pregunta Roberto, sin dejar de observar la carretera.

— He terminado los exámenes universitarios y voy a visitar a mi familia. Hace mucho que no los veo —explica ella, con un leve tono de emoción.

— ¿Y tú? ¿Por qué haces este viaje? —se atreve a preguntar.

— Yo… visité a unos amigos, pero hay que regresar a casa.

Ambos callan. Son personas reservadas y, por ello, el trayecto transcurre en un silencio constante.


Roberto enciende la radio.

— Si no te importa, pondré un poco de música —dice con suavidad.

Por los altavoces se escucha la voz de una locutora:

«Se cumplen ya veinticuatro horas desde la desaparición de Cristina. Lo último que se sabe es que había solicitado un conductor mediante BlaBlaCar, pero, según la policía, nunca llegó a subirse al vehículo…»

— El mundo está lleno de locos —murmura Roberto.

— Y que lo digas… —responde Sofía, con la voz apenas perceptible.

Unos minutos después, nota que el paisaje es desconocido; no es por dónde suele ir con su amiga. La carretera atraviesa una zona boscosa.

— ¿Seguro que es por aquí? —pregunta, con el corazón acelerado.

— Sí… es un atajo. — Responde impasible.


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