«¡Nos vamos a estrellar, imbécil! ¡Baja la velocidad de una vez por todas!», gritó desesperadamente el pasajero desde el asiento del copiloto. «¡Cuidado con la curva cerrada que se avecina! ¡La curva, la curvaaa! ¡Si no frenamos a tiempo nos vamos a salir de la carretera!», advirtió alarmado.
«¡Toca el claxon! «No puedo más, me siento fatal, creo que voy a vomitar. ¡Chófer, tiene que parar el coche de inmediato!», suplicó el pasajero.
«Ni siquiera he arrancado el coche, mejor vete para tu casa y desintoxícate, chaval», dijo Fran, el dueño del Toyota y Super Driver.
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«… ¿Te gusta mi tatuaje?, disculpa, pero se me ha olvidado tu nombre», le preguntó mientras le mostraba el brazo izquierdo cubierto por los tentáculos de un pulpo gigante. «Elena. Pero puedes llamarme, Helen. Y en cuanto a tu tatuaje me gustaría degustarlo con un par de cervezas frías, ja, ja, ja», respondió guiñándole un ojo. «¡Fran, ¿podrías dejarnos en el parador que está a varios km de aquí, por favor?»! «Por supuesto, chicas. Enseguida os llevaré a vuestro destino», dijo Fran con una sonrisa.
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«Tengo ganas de ver a mis nietos, Fran, hoy estamos aquí y mañana ni estamos», afirmó Don Julián, un asiduo usuario de los viajes de BlaBlaCar. «Hay que aprovechar cada segundo que respiramos, Don Julián», sentenció Fran. «Perdone—irrumpió Fran con voz firme—, sí, usted, el que está sentado junto a Don Julián, en mi coche está terminantemente prohibido fumar. Apague el mechero ahora mismo». «La última vez que los vi, eran unos renacuajos, ahora me llegan al hombro», continuaba Don Julián con la mirada perdida. «¡Le ordeno que apague el mechero, que aquí no se fuma!». «Son buenos chicos, los amo», dijo Don Julián con la voz entrecortada. «¡Bájese de mi coche ahora mismo! ¡Fuera!». Aquel tipo, cuando se alejó el coche, sacó de su mochila una pequeña garrafa de gasolina y se lo roció por todo el cuerpo. El mechero se lo había dejado en el coche.
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«Acabo de dejar al último pasajero en su destino. Descanso una hora y retomo la vuelta, cariño. Claro que estoy cansado. El viaje estuvo bien, íbamos cuatro, contando conmigo. No, no hubo silencios pesados, sabes que no los soporto. Charlamos entre todos. Ahora estoy solo, claro. Cuelgo, te dejo, cariño. Besos». La ventanilla del asiento trasero del lado del conductor comenzó a subir y a bajarse sola.
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