Era un viernes por la mañana y Bea, médico especialista en cuidados intensivos, se preparaba para su viaje semanal. Cada cinco días, recorría los 90 kilómetros que la separaban de su hospital, y decidió que este viernes era el momento perfecto para probar una aplicación de coche compartido. No solo ahorraría, sino que podría hacer nuevos amigos en el camino.
Al llegar al punto de encuentro, conoció a sus compañeros de viaje. Primero estaba Javier, un artista plástico con un aspecto bohemio, que llevaba un lienzo enrollado en el maletero. Luego llegó Sara, una abuela activa que hacía teatro comunitario, y por último, Marcos, un estudiante de ingeniería que parecía más preocupado por su teléfono que por la vida real.
Bea sonrió y se presentó. “Soy Bea, la que se encarga de salvar vidas. Espero que no se necesiten mis servicios hoy”.
Marcos, con una sonrisa nerviosa, respondió: “¡Espero que no! Yo solo necesito llegar a la universidad”.
La charla comenzó ligera. Sara compartía historias de sus obras de teatro mientras Javier mostraba fotos de sus pinturas en el móvil. Bea disfrutaba de la risa que resonaba en el coche, un contraste bienvenido con el estrés de su trabajo.
Pero todo cambió cuando, a mitad de camino, Javier tuvo una idea brillante. “¡Hagamos un concurso de talentos!” Todos se miraron confundidos, pero rápidamente se animaron. La primera en actuar fue Sara, que recitó un poema dramático sobre el amor perdido, mientras Javier la acompañaba con suaves acordes de guitarra.
Luego fue el turno de Marcos, quien, tras unos momentos de titubeo, se decidió a mostrar su “talento”: hacer malabares con tres naranjas que había traído para un picnic. ¡Dentro del coche! La escena era tan caótica que Bea no pudo evitar reírse a carcajadas. “¡Si te va mal en ingeniería, siempre puedes ser payaso!”
Final de trayecto.
Cuando llegaron a su destino, el viaje se había transformado en una aventura inolvidable. Bea no solo había compartido el viaje, sino también risas, talentos y, quizás, un poco de amistad. En su mente sabía que, aunque el trabajo era exigente, esos momentos fuera del mismo eran los que hacían la vida más ligera. Y a pesar de todo, no lo cambiaría por nada.
Al fin y al cabo, todo puede pasar en un coche compartido.
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