Por senderos indeseables.

Por senderos indeseables.

Luis Valdés

10/01/2018

El aire húmedo de la madrugada entró por la ventana y de inmediato la cerré, pero me detuve un instante a fumar un cigarrillo y a contemplar las radiantes estrellas que alumbraban la hermosa arboleda mística. Nada fuera de lo común para un humilde soñador.

Ahora bien, he amado la naturaleza desde mi estancia en Tapachula. Recordar esa aventura es recordar un viaje lleno de grandes y gratas experiencias al lado de la gente humilde con la que he convivo desde hace apenas algunos años.

Un veintisiete de julio por la mañana recibí un notable mensaje de texto de mi amigo Nacho en el cual me hacía una invitación a participar en una excursión que estaba organizando un pequeño grupo de chicos de su colegio. Las reglas eran simples y un poco retorcidas:

Solamente tendría que llevar una mochila con artículos de primera necesidad, agua, cerillos, una navaja suiza, una soga y comida enlatada. Nada de dinero, ni teléfono, mucho menos mala actitud.

El «juego» era simple y consistía en realizar un viaje desde la Ciudad de México hasta la bella ciudad de Tapachula, en el estado de Chiapas, sin fondo alguno, pidiendo «aventones (Méx. coloquial, acción de llevar a una persona en coche sin cobrarle por ello) en el lapso del recorrido».

Un simple juego de supervivencia y de valentía, reitero. Nada más divertido para un puñado de jóvenes universitarios en plenas vacaciones de verano, nadie trabajaba debido a que no teníamos la más mínima necesidad.

Todos resultamos ser grandes aficionados a las películas americanas bélicas. Ésas mismas que transmitían a través de televisión de paga, las del mítico soldado superdotado sobreviviendo en las selvas, en la guerra cruda contra Alemania y los Países del Eje en la Segunda Guerra Mundial. A veces la cinematografía te hace soñar y pensar que puedes emular todos aquellos acontecimientos en el apogeo de tu juventud, pero en otras ocasiones las personas cultas por naturaleza lo encierran en un marco de simple «admiración» y no intentan hazañas tan descabelladas como las nuestras.

Partimos desde la Ciudad un día veintinueve de julio alrededor de las 12:00 del mediodía, hacía mucho frío y estaba lloviendo moderadamente, quizás haya cambiado mi expectativa al momento, pero al ver los rostros ilusionados de mis compañeros me serené un poco.

Al fin conseguimos el aventón en un pequeño camión que transportaba legumbres a la central de abastos, pero iba de regreso a Puebla. Era algo incómodo viajar en el porque tenía un olor desagradable debido a la putrefacción de algunos alimentos. Nacho tuvo razón al hacer mención de que eso y más nos acontecía en el transcurso de nuestra travesía.

Don Rafael, dueño del camión nos interrogaba el porqué de nuestro viaje a través de una rendija que conectaba la carga del vehículo con la cabina del chofer. Obviamente respondimos con la verdad, tras un momento de titubeo, don Rafael carcajeo como un demente, no era para menos, pues solamente habíamos visto Tapachula en postales y el único apoyo para llegar era un mapa con las rutas de las carreteras que conectaban con el objetivo.

Así mismo, don Rafael comentó que ni siquiera sabíamos las consecuencias de los líos en los que estábamos metidos, las rutas eran complicadas y que en vehículo eran aproximadamente 18 horas de viaje. Al instante, el grupo se quedó atónito, pero retroceder era de cobardes, según Saúl, supuesto líder del grupo.

Llegamos a Puebla y descendimos del vehículo, dimos las gracias y al instante Don Rafael de una forma humanamente humilde nos obsequió cigarrillos y unas papas fritas. Le agradecimos al unísono y después la densa neblina ocultó su camión por entre la inmensa avenida principal.

Parecía tan tortuosa la travesía, caminamos durante tres horas entre los suburbios de la ciudad, ciudad que en la televisión parecía tan tranquila y tan apacible, pero que en la realidad era el infierno: tumulto, adicciones, inseguridad, niños en situación de calle pidiendo limosna, ancianos viviendo debajo de los puentes sin más compañía que las hogueras hechas con basura y cartones de pantallas inmensas que utilizaban como cobijas. ¿Tan ingratos resultan ser esos llamados políticos? Pues sí. Decía la abuela que >>lo que se ve no se juzga<< ahora entiendo a la perfección su mensaje, sus dichos y sus refranes.

Parte el alma saber que tu gente, tus compatriotas viven así en uno de los estados que al decir del gobierno, es uno de los estados más competitivos del país. Ahora bien, pregunto yo ¿Cuáles serán y cómo viven los más marginados?

Pasadas las tres horas abordamos otro vehículo, una pequeña camioneta que transportaba madera con rumbo a Oaxaca. Vaya día ese, después de observar la marginación de aquel lugar, rumbo a Oaxaca se hizo presente una tormenta realmente fría y aterradora por aquellos relámpagos que partían árboles y los calcinaban al impactarse con ellos.

Calculé once horas de viaje, a menudo la camioneta se detenía a comprar comida, misma que compartíamos con Agustín, el chofer de la camioneta y por obvias razones comíamos todos juntos el contenido de nuestra comida enlatada.

Al llegar a Oaxaca el calor era terrible y alguna gente hostil, nada amable como te lo pintan los medios de comunicación, hablaban un dialecto raro, a menudo insultaban a Saúl (lo supe por las miradas llenas de suspicacia, pues no éramos de piel morena-oscura como ellos o quizás pensaban que íbamos a robarles) que se detenía a preguntarles como llegar a Chiapas o como salir de ahí.

En resumen, cumplimos plenamente nuestro objetivo al abordar una forgoneta de un viejo comerciante con rumbo a Guatemala que con gusto nos sacó de ese pueblo hostil.

Tapachula cumplió plenamente las expectativas plasmadas. Tras algunos días de estancia, el grupo regresó a casa, excepto yo y nada pudo disuadirme porque ese lugar apartado de todo era lo mejor para mí; la vida resulta difícil a éstas alturas ¡Yo nací libre y así pienso morirme porque un hombre con ideas es fuerte, pero uno con ideales, es invencible!

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