El mapa del mundo está en mi rostro. Soy geografía desterrada, muda y altiva.
Montañas con fallas, mi columna vertebral dibuja, vertientes en mis venas obstruidas.
Lianas antiguas y nuevas en mi pelo, que antaño era trigal y hoy paja deslucida.
Surcadas grietas abren tajo en mi rostro, dibujando un curioso paisaje de agonía.

Gastado ya, el sol de mis ojos que alumbraban antiguas transparencias.
Soy eco de montaña arcaica que resuena, casi ruge en mis antiguas vetas,
movimientos tectónicos pompeyos, impiadosos sacuden mi juventud lejana.
Temblor tardío soy, rústica agitación,
bosque petrificado, marmolino de la helada mañana.

Cuenco de vino añejo, harina fermentada que ayer parió crujiente pan crocante.
Soy viña, soy la vid pisada a pata y danza. Zumo exprimido de sangre colorada.
Soy viejo tronco que, inclinado hacia el norte trae rumores de vientos que azotaban.
Soy esas gruesas raíces retorcidas, revolcadas y extensas, deformes,
entrelazadas, muertas de horror que aprietan los recuerdos negros.

Soy ciega imagen que ya no puede ver, soy la voz de un susurro que fue grito.
Soy hielo al fuego, que se desdibuja, molécula arrastrando entre troncos podridos.
Soy la ceniza que al viento se abandona, en una danza relajada y tibia.
Soy germen, soy madera, soy espiga. Soy la huella profunda tierna y cruel,
ambigua, generosa y mezquina.
Soy un poco de muerte, ya lo sé, pero también, soy mucho más, soy vida.

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