Muy pocas cosas en la vida me han sido fáciles, hoy de grande entiendo que muchos pasamos por lo mismo, muchas veces de pequeños nos toca pasar por problemas de familia, económicos, de salud… la parte del vaso vacío tapa la parte que esta llena. Sin embargo, a medida que pasan los años, también me doy cuenta de lo afortunado que fui, que tal ves me perdí de muchas cosas en mi niñez pero tuve en cada rincón de mi hogar un tesoro que no supe valorar.

Quién dice que no se pude viajar en el tiempo para revivir aquellos momentos? Hay un lugar en la ciudad que es mi maquina del tiempo, una plaza, un árbol que es capaz de transportarme automáticamente y sin querer cada vez que paso a su lado. Tenía alrededor de mi antigua casa un Ceibo, un Espinillo, un Pino, todos añejos pero el mas rico de todos para mi era el Paraíso, sus flores lilas en esa plaza hasta el día de hoy me trasladan de nuevo al pasado, a los descampados vecinos, una frescura de aire limpio, de silencio entre el canto de los gorriones con los nidos en sus ramas. Puedo cerrar los ojos y ver el cielo despejado, mucho sol y mucha sombra, me veo subido en el árbol que muchas veces fue mi refugio, me hace pensar en lo rodeado de naturaleza que viví, tuve ese placer. Aunque no parecía aprendía mucho de mi hogar, a veces viajo a grandes ciudades y digo «que hermoso aroma a Paraíso», «que hermoso Sauce», «mira la flor que tiene ese Chivato» y la persona que esta conmigo no tiene idea de lo que estoy hablando.

Ese viaje momentáneo me hace recordar las horas trepado con mis hermanos a los demás arboles que eran frutales, saborear los mas dulces nísperos que comí en mi vida, teníamos la lengua entrenada para separar la suave pulpa de sus semillas, eramos expertos en comer esos pequeños frutos ya que para saciarnos debíamos comer por lo menos diez.

Mi padre tenia una parte del patio particular en donde había dos arboles, uno de mandarina y otro de limón, sus flores blancas inundaban el piso en invierno, un aroma muy rico típico del cítrico que esta por tener sus frutos. La felicidad mas grande de los pequeños era ver la mandarina madura y lista para cortar, era un postre y nosotros la veíamos como una golosina, era una exquisitez sentir el picor en la boca, un sabor ácido pero a la vez sabrosamente dulce, un equilibrio ideal.

Mi casa de pequeño fue muy humilde, hasta el día de hoy lo sigue siendo con la diferencia que el paso del tiempo hizo que este mas edificada, y al mirar alrededor solo se vean casas y mas casas. Es increíble como a pesar del paso de los años, detalles tan pequeños y que en algún momento fueron insignificantes quedan marcados a fuego en nuestros sentidos, invocando desde lo mas profundo del olvido recuerdos tan lindos.

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